¿Qué está pasando con una generación que no quiere —o no puede— crecer? ¿Es miedo, comodidad o una nueva forma de entender la adultez?
¿Y si el problema no dependiera de ellos, sino en la manera en la que los estamos educando?
En distintas partes del mundo, este fenómeno tiene nombre propio. En Japón se les conoce como “Parasite Singles”, jóvenes adultos que, a pesar de tener edad y capacidades para vivir solos, permanecen en casa de sus padres disfrutando de una vida sin grandes responsabilidades. En Latinoamérica se les llama “Síndrome del eterno adolescente” o también NINI (“Ni estudia, ni trabaja, ni se va de casa”). En Italia, los “Mammoni” —“hijos de mamá”— son jóvenes que viven cómodamente en el hogar familiar, muchas veces hasta pasados los treinta años.
En inglés, el término más popular es “Failure to Launch”, o “fracaso para despegar”. Y aunque las palabras cambian, el mensaje es el mismo: una generación que se resiste a la independencia.
Lejos de ser un problema exclusivo de un país o de una cultura, se trata de un fenómeno global que refleja cambios profundos en la forma en que entendemos la madurez, la familia y el trabajo. El psiquiatra y neurólogo español Aquilino Paulino-Lorente, autor del libro El síndrome de Peter Pan: Los hijos que no se marchan de casa, sostiene que el origen del problema va más allá de la falta de empleo o de las condiciones económicas. Según él, las raíces están en un tipo de educación sobreprotectora, que evita el esfuerzo, que da sin exigir, que ofrece seguridad sin límites y cariño sin responsabilidad.
Lorente afirma que durante años se ha confundido el amor con la comodidad: padres que prefieren resolver, anticiparse o proteger en exceso para evitar frustraciones, olvidando que crecer también implica equivocarse, asumir consecuencias y construir autonomía. “Sin responsabilidad no hay libertad”, afirma.
El resultado son jóvenes adultos emocionalmente dependientes, con baja tolerancia a la frustración y dificultades para tomar decisiones. No es falta de talento ni de inteligencia —de hecho, muchos son creativos, sensibles y con gran potencial—, sino la ausencia de estructuras que los preparen para sostenerse solos.
Sin embargo, el autor no propone una independencia abrupta. Como solución, propone a las familias fomentar la responsabilidad, recuperar el sentido del esfuerzo y establecer límites claros acompañados de afecto. Como se dice en disciplina positiva: firme y amable a la vez.
Hoy me tocó observar cómo montaban la decoración de una fiesta infantil. De verdad, fue increíble ver los rollos de tela, metros y metros para decorar un salón enorme; convirtieron el espacio en un palacio de princesas de Disney. Si así festejamos a los niños de 3 años, no me puedo imaginar qué van a esperar nuestros hijos en sus siguientes festejos. Y desde ahí viene el problema o la solución.
Hoy los invito, como padres, a que hagamos un análisis de qué estamos dando de más a nuestros hijos y de qué forma podemos fomentar el valor del esfuerzo, evitando regalarles las cosas. No hay mejor sentimiento que la emoción del deber cumplido, la satisfacción de lograr las cosas por uno mismo, ¿no crees?
Porque, al final, crecer —como diría Peter Pan— no significa perder la magia, sino aprender a vivir con ella en el mundo real. Acompañemos con amor a nuestros hijos, a veces de lejos, a veces más cerca, pero dejemos que den esos primeros pasos en los diferentes desafíos de sus vidas.
Dra. Marysol Flores Martínez
TedX Speaker · Autora · Consultora · Familióloga
Dra. en Liderazgo y Desarrollo Humano
Maestría en Psicología Neuroeducativa
Maestra de cátedra del Tec de Monterrey
Fundadora de @familiaviva.mx
