¿Qué no te dirá nadie de la relación de García Harfuch con la seguridad en Nuevo León?
Sección Editorial
- Por: Eloy Garza
- 23 Diciembre 2025, 04:59
Es poco perceptible, pero un hecho innegable, que Omar García Harfuch suele marcar, casi como impronta personal, un deslinde en su relación con los gobernadores. No lo hace García Harfuch en su línea discursiva pero sí en la operación de su estrategia de seguridad regional.
Si quieres saber cómo es visto un mandatario estatal en términos de certificados tácitos de no vinculación con el crimen organizado, tienes que evaluar el trato personal que le dispensa García Harfuch a cada gobernador. Eso, al margen de la filiación partidista de estos mandatarios locales.
En Nuevo León, la coordinación del secretario de Seguridad y Protección Ciudadana con el gobernador Samuel García y con el titular de seguridad estatal, Gerardo Escamilla Vargas, es buena. Hay confianza, como no la hay con otras figuras políticas como Rubén Rocha Moya, ese cadáver político. Hablo, pues, de coordinación, de despliegue en operaciones directas de campo, detenciones de alto impacto, cateos, etcétera, con las fiscalías locales.
A esto habría que añadir el plus de Fuerza Civil, y que García Harfuch también designó para nuestro estado a un comisionado federal muy cercano a él: su tocayo Omar Escobar Figueroa, un especialista en el ramo, con la misión de implementar el Operativo Enjambre —que ya rindió frutos desarticulando redes criminales y con la detención de generadores de violencia y funcionarios públicos en Edomex—, respaldado por aproximadamente 50 agentes de élite.
Esta es la parte que no produce ruido en la gestión de Omar García Harfuch. Pero ¿hay otra que sí lo provoque? ¿Algo que no se esté haciendo tan bien en la protección de los mexicanos, en que nuestros hijos no sean reclutados por el crimen organizado, o víctimas de fuego cruzado en Sinaloa, Guanajuato o Guerrero?
No me atrevo a expresarlo en esos términos extremos. Sin embargo, sí denoto un signo no tan conveniente en la publicidad de los innegables méritos que recaen en la figura de García Harfuch.
En futbol se le conoce como jinx, una especie de superstición que, en el fondo, no se trata más que puro sentido común.
La fanaticada sabe que, aunque los presagios sean buenos para su equipo, no deben precipitarse a celebrar la victoria cuando el partido todavía no acaba. Y, en el caso de García Harfuch, apenas comienza.
Lleva poco más de un año, cuando faltan seis para concluir su gestión. Deportivamente, apenas se abre el primer tiempo de este sexenio. Cuidando con el jinx.
¿A qué me refiero concretamente con el jinx? A que Omar, a sus 43 años, debe poner distancia de los elogios de medios internacionales. El pasado día 12 de diciembre, el semanario londinense The Economist lo bautizó como “el Batman mexicano con grandes ambiciones políticas”, en un reportaje largo. Y días después, el 19 del mes en curso, The New York Times lo puso por las nubes dada su estrecha relación y credibilidad que le tributa el gobierno norteamericano, así como los golpes que ha asestado al tráfico de fentanilo. Peor que politizar es mediatizar.
Lo más sugerente es que destapan a García Harfuch como el sucesor de la presidenta Claudia Sheinbaum.
The Economist no se anda con medias tintas: dice que García Harfuch “circula como posible candidato a la presidencia en 2030 y se le ve como un tecnócrata con gran proyección nacional”.
The New York Times todavía pone el listón más alto: “García Harfuch es el rostro de la campaña más agresiva de México contra los cárteles en más de una década”.
Sin embargo, Michoacán arde en llamas. Sinaloa es un polvorín. Tabasco es una barredora. Guerrero es una hoguera. Falta fortalecer las instituciones civiles —y, por lo visto, también las militares— de seguridad y darles continuidad a la coordinación y a la capacidad de inteligencia a pesar de que han bajado los homicidios 37 por ciento.
No es superstición. Es razonamiento lógico; es sentido común. Cuidado con el jinx. O, dicho de otro modo, no adelantemos vísperas. No caigamos en el riesgo estéril de sobredimensionar las expectativas.
Compartir en: