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Opinión

¿Qué tan patriotas somos?

Siete puntos

1. Hay ocasiones en que el festejo supera al evento por celebrar. Los funerales son un claro ejemplo. Después de los obligados abrazos a los familiares del difunto, con el consabido “lo siento mucho”, “te acompaño en tus sentimientos” y exageradas loas —no siempre merecidas— a la persona fallecida, sobreviene una atmósfera, primero de relajación y luego de franco alboroto. Las risotadas compiten en sonoridad con los abrazos, y nunca falta el interesado en ligar, como quien busca hacer negocios con el primero que se deje. ¿Y el dolor por la muerte? Ya no se percibe.

2. Con algunas —¿muchas?— bodas sucede algo semejante. Los novios, y sobre todo las novias, están más preocupados por los preparativos y el fiestón que por la misa en la que intercambiarán sus votos de compromiso. En las despedidas, la selección del vestido blanco, la lista y ubicación en las mesas de los invitados, el contrato de la wedding planner y los fotógrafos, los destinos de la luna de miel —cada vez más exóticos y lejanos—, los futuros esposos invierten horas, conversaciones y acuerdos, sin atender con la misma importancia al significado del sacramento.

3. La celebración de la independencia nacional, el pasado lunes y martes, ha corrido con la misma suerte desde hace ya más de dos siglos. Ni la historia, ni los hechos duros, y ya ni siquiera el folclore respaldan el contenido del supuesto evento. Mucho se ha dicho que el sábado 15 de septiembre de 1810, a las 11 de la noche, no ocurrió nada importante. Fue hasta diez años después, en 1821, y con el hoy famoso “abrazo de Acatempan”, que se consumó la fiesta fundacional de la idiosincrasia mexicana. ¿Y el Grito? Pues se dio… ¡hasta 1917!

4. En segundo lugar: ¿qué tan independientes somos, por ejemplo, de los EUA? Si siempre nuestra relación con los vecinos del norte ha estado marcada por una suerte de simbiosis tóxica, con su actual presidente estamos peor. Las loables medidas en contra de la delincuencia organizada, llevadas a cabo por la actual administración, parecen más bien obsequios al grosero y peligroso Trump, para tenerlo tranquilo y que no nos coloque en su mira. Nunca como hoy se aplica el refrán: “Pobre México: tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.

5. La contradicción entre significado y fiesta aparece con más claridad en el terreno folclórico. Poco saben de “los héroes que nos dieron patria” los niños que se vistieron de charros, o las niñas que se disfrazaron de chinas poblanas. Los papás les colocaron esos atuendos para usarlos, al menos una vez al año, y para que los infantes disfruten de algo diferente. El lunes abundaron las noches mexicanas, bañadas en tequila y con los antojitos propios de la ocasión, y por un rato presumimos nuestra mexicanidad con orgullo, aunque muchos desean que se nos incorpore a los EUA.

6. ¿Y entonces? ¿Repudiamos la ceremonia del Grito que se elevó el lunes, y el desfile militar del martes, las banderitas y piñatas tricolores, y hasta los chiles en nogada? Creo que, con resignación fatalista, debemos aceptar que lo sucedido se ha visto superado por la edificación nacionalista del hecho. No le reclamemos, entonces, al cura Hidalgo que no haya gritado “Viva México”, ni su protagonismo en algo de lo que no fue partícipe. Lo que sí podemos hacer, con valentía y honestidad, es preguntarnos qué tan patriotas somos y qué patria queremos construir.

7. Cierre icónico. Tanto que nos quejamos de los aranceles trumpistas, de sus ataques indiscriminados al comercio, y terminamos haciendo lo mismo con China. La decisión obedece, por una parte, a que así están las nuevas relaciones internacionales. Esto del libre mercado y de la no limitación fronteriza de personas, bienes y servicios forma parte del pasado. Pero especialistas en cuestiones económicas y geopolíticas sostienen que tales medidas no son para proteger a la industria nacional, como lo sostuvo el gobierno, sino para complacer al belicoso mandatario norteamericano.

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