En ocasión a la serie de sucesos político-sociales de los que hemos sido testigos —y peor aún, víctimas— en los últimos tiempos, el que esto escribe se declara saturado, rebasado o tal vez hasta bloqueado, como quien aplica el dicho: “ya no ve uno lo duro, sino lo tupido”. Las diferentes e inagotables problemáticas que reconozco en esta ocasión para el análisis me hacen sentir con el “seso hueco”.
Y es que, sin duda, la mala práctica política aplicada en los entornos de poder ha sido una fuente rica, abundante e inagotable de problemas que han dividido la esencia y el espíritu armonioso de la sociedad civil. Hoy, frente al desbarajuste entre los dichos y los hechos, este deterioro ha pegado en el ánimo y en lo más hondo de quienes hemos sufrido toda esta cadena de sucesos.
Es evidente que nada de esto es nuevo. A lo largo de la transculturación, desde la época de la Conquista, las sociedades han sufrido por siglos y, aún hoy, siguen causando un grave daño en la óptica, visión y objetivos del poder, de los gobiernos, de los gobernantes y de sus gobernados.
“El que no tranza no avanza” es una célebre frase que, tal parece, se encuentra arraigada en lo más íntimo de la idiosincrasia mexicana, y que da sustento e identidad a toda una serie de triquiñuelas exhibidas y evidentes que han aflorado en los últimos tiempos, a lo largo y ancho de las redes y espacios noticiosos.
Y aunque la aparente riqueza que advierte el flujo del circulante —como reflejo del polo de desarrollo en el que nos hemos convertido— ha hecho pensar a muchos que somos ricos, que vivimos en la opulencia y que no tenemos grandes necesidades, la verdad es otra. Estamos tristemente contaminados, y no solo por partículas tóxicas que flotan en la atmósfera, sino verdaderamente contaminados en pensamientos, palabras y acciones que se contraponen al sentido genuino y natural de bienestar y progreso que, originalmente y de manera honrada, se supone perseguimos.
Ciertamente, nos hemos distinguido al paso del tiempo por forjar el futuro en lo próspero ante lo adverso. Lo que se tiene, lo que se ha juntado —hablando de pesos y centavos— ha costado una barbaridad que se comparte con el resto del país y que hoy, como desde hace mucho tiempo, injustamente vemos que no ha sido valorado en su justa dimensión.
Durante los últimos años, tristemente se percibe que se ha andado como el cangrejo, caminando hacia atrás. Lo que en otros tiempos era un territorio vigoroso, pujante y ejemplar para el resto del mundo, hoy se encuentra en el “limbo”, en el ostracismo, sumido en el desgano, la apatía, la desatención y la inseguridad, que ha venido a contaminar y manchar de crimen a nuestra sociedad, mientras quienes ocupan el poder piensan en cómo perpetuarlo.
Es cierto que ha sido toda una serie de circunstancias las que han hecho que hoy seamos políticamente desordenados en muchos rubros. Y todas ellas tienen su origen en la ambición, la codicia y la corrupción; esa misma que, justamente ahora, todos los políticos dicen que se está atacando, pero que nadie en el ámbito civil aprecia, percibe o siente como cierto.
Pero es justo hablar con la verdad en la palabra. Y entre el desorden que ahora mismo padecemos, hay que reconocer que esa aparente riqueza es el principal atractivo que ha llenado nuestra entidad de hermanos migrantes de otros estados y países, quienes —huyendo de la miseria y pobreza de sus orígenes— han encontrado, en su mayoría, en el autoempleo informal (honesto y deshonesto) su modo de vida.
Por ello, aunque tiene que soportar el peso de la corrupción que ha dejado en la pobreza a otros estados, nuestra tierra recibe con los brazos abiertos a todo aquel que es honesto y desea hacerse la vida. Sin embargo, los problemas graves se han infiltrado en la inercia del fenómeno migratorio, que ha llegado no solo con crimen, sino también con el problema social que se convierte en el abasto de satisfactores básicos.
Por tanto, aquel pacífico y laborioso entorno de antaño se ha visto trastocado y rebasado por este voraz desorden, que dicho sea de paso, nuestras autoridades no han sabido atender debidamente, mostrando, a la postre, incompetencia en el ejercicio de sus demás deberes y obligaciones con la sociedad.
La realidad es que, frente a la voracidad de los políticos en estos tiempos preelectorales, debemos recordar y tener muy presentes que, para los puestos de poder, requerimos de gente talentosa, con oficio, sensibilidad, compromiso, valores, inteligencia, vocación de servicio; que conozca, crea, sienta, sufra, viva y luche de verdad por el bienestar de nuestras comunidades. Porque, de lo contrario, nos quedaremos viviendo eternamente con el “seso hueco”.
Por hoy es todo. Medite lo que le platico, estimado lector, esperando que el de hoy sea un reflexivo inicio de semana. Por favor, cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano, Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos, Dios mediante, aquí el próximo lunes.
