Australia pone el ejemplo al prohibir el uso de las redes sociales a menores de dieciséis años; exige que las plataformas coloquen candados que certifiquen la edad requerida en sus usuarios. La acción debe ser copiada.
La proliferación de delitos cometidos contra menores de edad por abusadores está en aumento. Es un problema de la sociedad del tercer milenio que amenaza a las familias; lo peor de todo es que entra a los hogares por la puerta principal.
Se asume que los hogares son el lugar seguro, el espacio vital de todo ser humano, el refugio ante la violencia, la inseguridad, los peligros y demás acosos que atentan contra las personas, sean adultos o menores. Sin embargo, la ciberviolencia, el grooming, la violencia digital y virtual, y otras formas de violencia derivadas de la conexión al ciberespacio se viven en el seno de los hogares con mayor incidencia.
Los menores acceden al mundo virtual con mayor recurrencia desde el hogar, utilizando los equipos otorgados por sus padres o tutores. Estando en el sitio de mayor confort, armonía o agrado para ellos, los victimarios llegan hasta su intimidad doméstica para violentarlos. Se encuentran indefensos frente a las agresiones, la violencia que les llega a través de sus equipos “inteligentes” —entrecomillo lo de “inteligentes” porque son tan ingenuos e inocentes como sus usuarios, al no poder distinguir a un agresor que llama a sus pantallas—.
Es inconcebible que los padres y tutores de los menores violentados se conviertan en cómplices pasivos de los agresores. Lo hacen por indolencia, desconocimiento, apatía, conformismo, negligencia, falta de autoridad y liderazgo frente a sus hijos. Son cómplices por no asumir la responsabilidad que conlleva poner en sus manos un artefacto que puede ser tan letal como un arma de fuego; son cómplices pasivos porque, ante la comodidad de tener a los hijos “no molestando”, los dejan a la deriva en las redes sociales.
La violencia que se ejerce desde el hogar y a través de las pantallas de un equipo conectado a la súpercarretera va desde la emocional, mental y espiritual; puede, según su intensidad, llevar al menor afectado a ser víctima de violencia física o incluso a la desesperación que lo conduzca a atentar contra su vida.
México es un país con índices elevados de violencia hacia menores y adultos a través de las redes sociales, según datos oficiales.
Más del 20% de los usuarios de redes sociales entre los 12 y los 17 años han padecido alguna forma de violencia a través de sus pantallas, ya sea del teléfono o la computadora.
El Inegi reportó el 17 de julio de 2025 que, de los 130 millones de mexicanos, 107.8 millones de personas son mayores de 12 años, de los cuales 90.3 millones son usuarios de internet, es decir, el 83.7% del total en ese rango de edad.
En ese universo de 90.3 millones de usuarios, el 21% padeció alguna forma de ciberacoso. Peor aún, el 26.6% de las mujeres y el 22.9% de los hombres entre 12 y 19 años fueron víctimas de atacantes.
Algo se tiene que hacer desde la legislación; es urgente blindar a nuestros infantes de la ciberviolencia, sumado a que los padres y tutores se apliquen a fondo en la protección de sus menores, igual que lo hacen en las calles y en los lugares públicos.
Internet es un lugar público, peligroso e inseguro si no se sabe transitar en él. Así deben dimensionarlo los adultos para protegerse y proteger a sus hijos.
Un teléfono inteligente, una computadora conectada a internet o una pantalla inteligente no son equipos privados; son públicos y los adultos debemos vigilar a los menores tal como se hace en la vía pública.
