Tenemos una enormidad de retos por resolver… en el mundo, en el estado, en la ciudad. Y algunos parecieran demasiado complicados.
Hay quien le ha dicho a este columnista, por ejemplo, que el tráfico lento de la metrópoli de Monterrey ya no se va a solucionar prácticamente nunca. Que, porque por más que mejore el transporte público, habrá quien ya no esté dispuesto a dejar de usar su auto particular; además de que esta ciudad, específicamente, no deja de crecer, pues es un imán para los foráneos por el trabajo y las inversiones. Eso me dicen, aunque yo mantengo la fe de que podremos darle la vuelta.
Pero ese es sólo uno de los grandes retos que enfrentamos a nuestro alrededor. Ya si pasamos al ámbito internacional, tenemos la espantosa situación que se vive en la Franja de Gaza, donde ninguna de las superpotencias parece ser capaz de encontrar una solución humana, justa y definitiva.
Frente a estos gigantescos retos, una luz de esperanza apareció ante mis ojos hace apenas unos días, cuando conocí a un par de ciudadanos, regiomontanos ambos, que me desmostraron que, como dice esa muy repetida y quizá desgastada frase: “cuando se quiere, se puede”.
Quiero contar su historia porque me parece que es una que nos dice mucho; una que incluso puede cambiarnos la manera de pensar, y, sobre todo, inspirarnos y volcarnos a la acción.
Se llaman Juan García Gaeta y Alejandro Olivares Olivares. Son los responsables de un movimiento que ha crecido como la espuma, que ha tocado corazones en México y en el mundo, y que ha logrado cosas que se creían imposibles. Su proyecto se llama “La Virgen en Todos Lados”.
Usted seguramente ha visto —y más si vive en Monterrey— frecuentes imágenes metálicas de la Virgen de Guadalupe montadas en bardas públicas y fachadas de casas o edificios. Y quizá se preguntaba por qué hay tantas de esta misma imagen, quién las pone y por qué.
Bueno, pues resulta que todo empezó cuando Juan García, chofer y profesor en aquel entonces, creyente católico y devoto de la Guadalupana, le hizo una promesa a la Virgen de que “la pondría en todos lados”.
Le hizo esta promesa porque, durante la pandemia, en el año 2020, él diario le ponía flores a una imagen de mosaico que estaba en una pared, cuando salía a caminar con su rosario, rezando por la salud de la gente. Pero un día no encontró flores que ponerle, y entonces se comprometió diciendo: “Madre mía, hoy no te encontré flores por ningún lugar; si en mi caminar me ayudes a encontrar unas flores, te prometo que voy a poner la imagen tuya en todos lados”…
Acto seguido, caminó unas cuadras y se topó con un ramo de rosas en el suelo; las recogió y se las llevó a la Virgen, y entendió que ahora tenía que cumplir su promesa. Entonces llamó a su amigo Alejandro Olivares, profesionista independiente, y le dijo que estaba obligado a llevar a la Virgen “a todos lados”, y que necesitaba financiamiento para ello.
La historia ahí es más larga, pero, en resumidas cuentas, Alejandro y Juan iniciaron una odisea para empezar a poner imágenes de la Virgen por toda la ciudad, buscando donativos y apoyos, encontrando cada vez más entusiasmo de la comunidad.
Fue a Alejandro Olivares a quien se le ocurrió hacer así el ofrecimiento: por cada imagen que alguien le compre, él donaría una más a alguien que no pudiera pagarla.
Iglesias y párrocos —como el padre Noel Lozano, de San Pedro— se fascinaron con la idea y empezaron a difundirla a mucha mayor escala, igual que empresarios grandes y pequeños.
Pronto empezaron a ocurrir cosas increíbles: se reportan colonias donde se pusieron tantas Vírgenes que, de acuerdo a los vecinos, ha disminuido la tasa de violencia y criminalidad. Aseguran que potenciales agresores se contienen cuando ven la imagen.
Paralelo a esto, muchos ciudadanos y organizaciones ponen a la Virgen en una barda recién pintada para evitar el graffiti, y aseguran que lo logran, pues la respetan.
Hoy, la “Virgen en Todos Lados” ha sido llevada e instalada en 116 países (está en más países del mundo de los que no está), en 33 estados de la Unión Americana, en los 32 estados de la república mexicana, en todas las carreteras de las costas de México, en todas las ciudades de la frontera norte desde Matamoros hasta Tijuana, en los 177 pueblos mágicos, en 12 carreteras federales y en todas las carreteras de Nuevo León y Coahuila.
La imagen ha sido fabricada en 52,000 ocasiones, de las cuales 25,000 han sido vendidas y 27,000 regaladas.
Solamente en Nuevo León, donde inició el movimiento, se ha instalado sin costo en 10,000 casas, se han pintado 300 casas como donativo y se han renovado 50 bardas monumentales.
Hay ya 300 personas involucradas en el movimiento, entre fabricantes, instaladores, embajadores (representantes en los estados) y voluntarios.
Y todo esto lo iniciaron dos personas, dos nuevoleoneses, energizados por su fé y por su pasión de convertir esto en una realidad.
Puede usted ser o no creyente; ver con simpatía o no la devoción guadalupana.
Pero no hablo de religiones, sino de compromisos.
Si estos dos simples ciudadanos pudieron hacer algo tan grande, ¿no somos los demás capaces de resolver otros problemas?
Cierto, en este caso la imagen de la Virgen de Guadalupe es muy poderosa.
Pero, al final del día, también es el fervor el que ayuda; ese fuego interno del ser humano que hace que un proyecto salga adelante, y la capacidad de contagiar e inspirar para que otros se unan a la misma causa.
¿Será que podemos convencernos de hacer algunos proyectos así de grandes para mejorar la ciudad, el país y el mundo en el que estamos?
