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Opinión

¡Síguele y te traigo a ‘Alito’!

Política e Historia

El senador Gerardo Fernández Noroña ha conducido su vida pública como un pendenciero de barrio. Se vende como un fajador en los conflictos cara a cara y promueve una imagen de pendenciero.

El día que tuvo frente a frente al también senador Alejandro Moreno, se arrugó todo (expresión de barrio que significa “se acobardó”): le dieron dos o tres empujones y un sopapo, suficientes para que saliera despavorido —corriendo (casi literal)—, humillado y asustado del recinto legislativo.

El fajador contra mujeres, ciudadanos de a pie y algunos medios resultó ser cabra que no da leche (expresión de barrio que significa que fue una farsa, que no es aquello por lo cual presume).

Lo más grave no son los manotazos ni la escuálida cachetada del priista; lo verdaderamente delicado para el senador cuatroteño es que ese acto unificó a millones de mexicanos alegres por lo sucedido.

No podemos festejar que, en el recinto político de los mexicanos, las diferencias se diriman a puñetazos, porque mañana será algo más delicado. No, no es la forma de resolver los diferendos. Sin embargo, el personaje en cuestión ha conquistado tantas antipatías que fue celebrado por amplios sectores de la población.

Con múltiples apodos, la realidad es que muchas conductas del rabanito (rojo por fuera y blanco por dentro) son propias de un patán, bravucón, un personaje del período Pleistoceno. 

Harta indignación ha provocado por conductas de insulto, groseras y violentas (verbalmente hablando) contra mujeres y hombres. Los casos más recientes —y quizá emblemáticos— son la exigencia impuesta a un ciudadano para que acudiera al recinto legislativo para disculparse públicamente con él por haberle gritado dos o tres verdades.

Una humillación que muchos hicieron suya, por tratarse de un abuso de poder, prepotencia, violación a los derechos humanos, a la libertad de pensamiento y el despotismo con el cual, desde el poder público, lincharon al ciudadano.

En días previos, lanzó sus ataques a la periodista Azucena Uresti por exhibir la inexplicable forma opulenta en la que vive, a pesar de presumir una vida austera. Viaja en asientos VIP en los aviones, turistea en sitios exclusivos del mundo y gasta con desfachatez un dinero que presume no tener; además, se ha dado a conocer su nueva “casita”, con un valor marcado en muchos millones de pesos, poco equivalente a sus ingresos.

Su presencia entre los cuatroteños debe ser repensada: ya se volvió un lastre y no un motor de impulso. Es inconcebible que el priista —quien goza de todo menos de simpatías generalizadas— se volviera héroe de propios y ajenos por su confrontación con quien, fácilmente, habría ganado el combate con sólo levantar la axila derecha.

Por lo pronto, ya llegó a su techo, según diría la teoría del principio de Peter, la cual explica cómo ascienden hasta el nivel donde son incompetentes.

Sus aportes al movimiento generado por el macuspano están rebasados. A cada momento confirma su estancia dentro de su límite, conforme al efecto de Peter.

A este momento, su incongruencia lo tiene en una posición de cuestionamiento: no es igualitarista por convicción, sino por conveniencia y provecho. Prefiere los sitios exclusivos y las residencias lujosas a la vida en la justa medianía y la austeridad.

¿Qué sigue para el personaje que todo lo arreglaba con insultos y agresiones verbales? ¿Para el individuo que retaba a mujeres y ciudadanos sin poder político?

Creo que, a la próxima persona a quien rete, insulte o increpe, aquella podrá fácilmente responder: ¡Síguele y te traigo a Alito!

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