El Papa León XIV: Que la alegría inesperada de los discípulos de Emaús sea para nosotros un dulce recordatorio cuando el camino se hace difícil. Es el Resucitado quien cambia radicalmente la perspectiva, infundiendo la esperanza que llena el vacío de la tristeza.
AUDIENCIA GENERAL. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy vamos a reflexionar sobre cómo la resurrección de Cristo puede curar una de lasenfermedades de nuestro tiempo: la tristeza. Invasiva y generalizada, la tristezaacompaña los días de muchas personas.
Se trata de un sentimiento de precariedad, a veces de profunda desesperación, que invade el espacio interior y parece prevalecer sobre cualquier impulso de alegría.
La tristeza le quita sentido y vigor a la vida, que se convierte en un viaje sin dirección y sin significado. Esta experiencia tan actual nos remite al famoso relato del Evangelio de Lucas (24,13-29) sobre los dos discípulos de Emaús.
Ellos, desilusionados y desanimados, se alejan de Jerusalén, dejando atrás las esperanzas puestas en Jesús, que ha sido crucificado y sepultado. En sus primeras frases, este episodio muestra como un paradigma de la tristeza humana: el final del objetivo en el que han invertido tantas energías, la destrucción de lo que parecía esencial en la propia vida.
La esperanza se hadesvanecido, la desolación se ha apoderado de su corazón. Todo ha implosionado en muy poco tiempo, entre el viernes y el sábado, en una dramática sucesión de acontecimientos.
Los dos hombres dan la espalda al Gólgota, al terrible escenario de la cruz aún grabado en sus ojos y en sus corazones. Todo parece perdido. Es necesario volver a la vida anterior, manteniendo un perfil bajo, esperando no ser reconocidos. En cierto momento, un viandante se une a los dos discípulos, tal vez uno de losmuchos peregrinos que han estado en Jerusalén para la Pascua.
Es Jesús resucitado, pero no lo reconocen. La tristeza les nubla la mirada, borra la promesa que el Maestro había hecho varias veces: que tenía que morir y que al tercer día resucitaría. El desconocido se acerca y se muestra interesado en lo queestán diciendo.
El texto dice que los dos “se detuvieron, con el semblante triste” (Lc 24,17). El adjetivo griego utilizado describe una tristeza integral: en sus rostros se refleja laparálisis del alma. Jesús los escucha, les deja desahogar su desilusión. Luego, con gran franqueza, los reprende por ser “duros de entendimiento para creer entodo lo que han dicho los profetas” (v. 25), y a través de las Escrituras les demuestra que Cristo debía sufrir, morir y resucitar.
En los corazones de los dos discípulos se reaviva el calor de la esperanza, yentonces, cuando ya cae la tarde y llegan a su destino, invitan al misteriosocompañero a quedarse con ellos. Jesús acepta y se sienta a la mesa con ellos. Luego toma el pan, lo parte y lo ofrece. En ese momento, los dos discípulos loreconocen... pero Él desaparece inmediatamente de su vista (vv. 30-31). El gesto del pan partido reabre los ojos del corazón, ilumina de nuevo la
vista nublada por la desesperación. Y entonces todo se aclara: el camino compartido, la palabra tierna y fuerte, la luz de la verdad... De inmediato se reaviva la alegría, la energía vuelve a fluir en los miembros cansados, la memoria vuelve a ser agradecida. Y los dos regresan de prisa a Jerusalén, para contarlo todo a los demás. “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado!” (cf. v. 34). En este adverbio, “verdaderamente”, se cumple el destino seguro de nuestra historia como sereshumanos.
Jesús no resucitó con palabras, sino con hechos, con su cuerpo que conserva lasmarcas de la pasión, sello perenne de su amor por nosotros. La victoria de la vidano es una palabra vana, sino un hecho real, concreto. Que la alegría inesperada de los discípulos de Emaús sea para nosotros un dulce recordatorio cuando el camino se hace difícil.
Es el Resucitado quien cambia radicalmente la perspectiva, infundiendo laesperanza que llena el vacío de la tristeza. En los senderos del corazón, el Resucitado camina con nosotros y por nosotros.
