El Papa León XIV: Descender, para Dios, no es una derrota, sino el cumplimiento de su amor. No es un fracaso, sino el camino a través del cual él muestra que ningún lugar está demasiado lejos, ningún corazón demasiado cerrado, ninguna tumba demasiado sellada para su amor. Esto nos consuela, esto nos sostiene. Y si a veces nos parece tocar el fondo, recordemos: ese es el lugar desde el cual Dios es capaz de comenzar una nueva creación.
AUDIENCIA GENERAL.- Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy nos detenemos en el misterio del Sábado Santo. Es el día del misterio pascual en elque todo parece inmóvil y silencioso, mientras que en realidad se cumple una invisible acción de salvación: Cristo desciende al reino de los infiernos para llevar el anuncio de la Resurrección a todos aquellos que estaban en las tinieblas y en la sombra de la muerte.
Este evento, representa el gesto más profundo y radical del amor de Dios por la humanidad. De hecho, no basta decir ni creer que Jesús hamuerto por nosotros: es necesario reconocer que la fidelidad de su amor ha querido buscarnos ahí donde nosotros mismos nos habíamos perdido, ahí donde se puede empujar solo la fuerza de una luz capaz de atravesar el dominio de lastinieblas.
Los infiernos, en la concepción bíblica, no son tanto un lugar, sino una condición existencial: esa condición en la que la vida está debilitada y reinan el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y de los demás. Cristo nos alcanzatambién en este abismo, atravesando las puertas de este reino de tinieblas.
Entra, por así decir, en la misma casa de la muerte, para vaciarla, para liberar a los habitantes, tomándoles de la mano uno por uno. Es la humildad de un Dios que no se detiene delante de nuestro pecado, que no se asusta frente al rechazoextremo del ser humano.
El apóstol Pedro, en el breve pasaje de su primera Carta que hemos escuchado, nos dice que Jesús, vivificado en el Espíritu Santo, fue a llevar el anuncio desalvación también «a los espíritus encarcelados» (1Pe 3,19). Es una de lasimágenes más conmovedoras, que no se encuentra desarrollada en los Evangelioscanónicos, sino en un texto apócrifo llamado Evangelio de Nicodemo. Según estatradición, el Hijo de Dios sea dentró en las tinieblas más espesas para alcanzar también al último de sus hermanos y hermanas, para llevar también ahí abajo su luz.
En este gesto está toda la fuerza y la ternura del anuncio pascual: la muertenunca es la última palabra. Queridos, este descenso de Cristo no tiene que ver solo con el pasado, sino que toca la vida de cada uno de nosotros.
Los infiernos no son sólo la condición de quien está muerto, sino también de quien vive la muerte a causa del mal y del pecado. Es también el infierno cotidiano de la soledad, de la vergüenza, del abandono, del cansancio de vivir. Cristo entra en todas estas realidades oscuras para testimoniarnos el amor delPadre. No para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar. Los Padres de la Iglesia, en páginas de extraordinaria belleza, han descrito
estemomento como un encuentro: entre Cristo y Adán. Un encuentro que es símbolo detodos los encuentros posiblesentre Dios y el hombre. El señor desciende í donde el hombre se ha escondido por miedo, y lo llama por nombre,lo toma de la mano, lo levanta,lo lleva de nuevo a la luz. Lohace con plena autoridad, perotambién con infinita dulzura,como un padre con el hijo queteme que ya no es amado.
Esta es la verdadera gloria delResucitado: es poder de amor,es solidaridad de un Dios queno quiere salvarse sin nosotros, sino solo con nosotros. Un Dios que no resucita si no es abrazando nuestras miserias y nos levanta de nuevo para unavida nueva. El Sábado Santo es, por tanto,el día en el que el cielo visita la tierra más en profundidad. Es el tiempo en el que cada rincón de la historia humana es tocado por la luz de la Pascua. Y si Cristo ha podido descender hasta ahí, nada puede ser excluido de su redención
