Opinión

Siguiendo al papa. Del 8 al 14 de agosto del 2025

Sección Editorial

  • Por: Anam Cara
  • 15 Agosto 2025, 00:07

El Papa León XIV: El Evangelio no nos enseña a negar el mal, sino a reconocerlo como una ocasión dolorosa para renacer. En el fondo, esta es la esperanza: saber que, aunque podamos fallar, Dios nunca nos falla. Aunque podamos traicionar, Él nunca deja de amarnos.

Queridos hermanos y hermanas: Hoy nos detenemos en el momento en el quedurante la cena pascual Jesús revela que uno de los Doce está a punto de traicionarlo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo»(Mc 14,18).

Son palabras contundentes. Jesús no las pronuncia para condenar, sino para mostrar que el amor, cuando es verdadero, no puede prescindir de la verdad. La habitación del piso superior, se llena de repente de un dolor silencioso, hecho de preguntas, de sospechas, de vulnerabilidad.

Es un dolor que conocemos bien también nosotros, cuando en las relaciones más queridas se insinúa la sombra de la traición. Sin embargo, el modo en el que Jesús habla de lo que está apunto de suceder es sorprendente.

No levanta la voz, no señala con el dedo, no pronuncia el nombre de Judas. Habla de tal modo que cada uno pueda cuestionarse a sí mismo. Y es precisamente esolo que sucede: Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro:‘¿Seré yo?’ (Mc 14,19).

Queridos amigos, esta pregunta– “¿Seré yo?” – es quizá una de las preguntas más sinceras que podemos hacernos a nosotros mismos. No es la pregunta delinocente, sino la del discípulo que descubre su fragilidad. No es el grito del culpable, sino el susurro de quien, aunque queriendo amar, sabe que puede herir. Es en esta consciencia donde inicia el camino de la salvación. Jesús no denuncia para humillar. Dice la verdad porque quiere salvar. Y para ser salvados hay que sentir: sentir que se está involucrado, sentir que se es amado a pesar detodo, sentir que el mal es real pero no tiene la última palabra.

Solo quien ha conocido la verdad de un amor profundo puede aceptar también laherida de una traición. La reacción de los discípulos no es rabia, sino tristeza. No se indignan, se entristecen. Y precisamente esta tristeza, si se acoge con sinceridad, se convierte en un lugar de conversión.

El Evangelio no nos enseña a negar el mal, sino a reconocerlo como una ocasióndolorosa para renacer. Jesús, después, añade una frase que nos inquieta y nos hace pensar: “El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado!; ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!” (Mc 14,21).

Son palabras duras, ciertamente, pero hay que entenderlas bien: no se trata deuna maldición, es más bien un grito de dolor. En griego ese “ay de aquel” suena como un lamento, como un “ay”, una exclamación de compasión sincera y profunda. Nosotros estamos acostumbrados a juzgar.

Dios, en cambio, acepta sufrir. Cuando ve el mal, no se venga, sino que se entristece. Y aquel “más le valdría a ese hombre no haber nacido” no es

unacondena impuesta a priori, sino una verdad que cada uno de nosotros puede reconocer: si renegamos del amor que nos ha engendrado, si traicionandonos volvemos infieles a nosotros mismos, entonces realmente perdemos el sentido de nuestra venida al mundo y nos autoexcluimos de las alvación.

Precisamente ahí, en el punto más oscuro, la luz comienza a brillar. Porque si reconocemos nuestro límite, si nos dejamos tocar por el dolor de Cristo, entonces podemos finalmente nacer de nuevo.

La fe no nos evita la posibilidad del pecado, sino que nos ofrece siempre una vía para salir: la de la misericordia. Jesús no se escandaliza frente a nuestra fragilidad. Sabe bien que ninguna amistad es inmune al riesgo de traición. Pero sigue fiándose. Sigue sentándose en la mesa con los suyos. También nosotros podemos preguntarnos hoy, con sinceridad: “¿Seré yo?”. No para sentirnos acusados, sino para abrir un espacio a la verdad en nuestro corazón.

La salvación comienza aquí: en la conciencia de que podremos ser nosotros los que rompamos la confianza en Dios, pero podemos ser también nosotros los que la recojamos, la custodiemos y la renovemos.

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