El Papa León XIV: Nosotros escuchamos el clamor de la tierra y de los pobres, porque este clamor ha llegado al corazón de Dios. Nuestra indignación es su indignación, nuestro trabajo es su trabajo.
Del 20 al 26 de junio del 2025 (VIS).
HOMILíA. En este hermoso día, en este momento y en esta ocasión, todo lo que hacen siguiendo la bellísima inspiración del Papa Francisco, que dio esta pequeña porción de los jardines precisamente para continuar con la misión tan importante, la necesidad de cuidar la creación, nuestra casa común, que seguimos profundizando, tras diez años de la publicación de la Laudato si.
Al principio de la Misa hemos pedido por la conversión, por nuestra conversión. Quisiera agregar que tenemos que pedir por la conversión de muchas personas, tanto dentro como fuera de la Iglesia, que aún no reconocen la urgencia de cuidar nuestra casa común.
Tantos de los desastres naturales que vemos en el mundo, en varios lugares y países, son producidos, en parte, por los excesos del ser humano, a causa de su estilo de vida.
Por eso debemos preguntarnos a nosotros mismos si estamos viviendo o no esa conversión que es tan necesaria. Podemos vernos reflejados en el Evangelio que hemos escuchado, en el miedo de los discípulos en la tormenta, que es el miedo de gran parte de la humanidad.
No obstante, en el corazón del Jubileo confesamos que ¡hay esperanza! La hemos encontrado en Jesús, el Salvador del mundo. Él sigue calmando soberanamente la tormenta.
Su poder no perturba, sino que crea; no destruye, sino que llama a la existencia, dando nueva vida. Y nos preguntamos: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?»(Mt 8,27).
El asombro que expresa esta pregunta es el primer paso que nos aparta del miedo. Jesús había vivido y rezado alrededor del lago de Galilea. Allí había llamado a sus primeros discípulos en sus lugares de vida y de trabajo.
Las parábolas con las que anunciaba el Reino de Dios revelan un profundo vínculo con esa tierra y esas aguas, con el ritmo de las estaciones y la vida de las criaturas.
El evangelista Mateo describe la tormenta como un “estremecimiento de la tierra” (seismos); utilizará el mismo término para referirse al terremoto que se produjo en el momento de la muerte de Jesús y al amanecer de su resurrección.
Sobre este estremecimiento, Cristo se eleva, erguido: ya aquí el Evangelio nos permite vislumbrar al Resucitado, presente en nuestra enrevesada historia.
La reprimenda que Jesús dirige al viento y al mar manifiesta su poder de vida y salvación, que se impone a aquellas fuerzas ante las cuales las criaturas se sienten perdidas.
Volvamos entonces a preguntarnos: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). El himno de la carta a los Colosenses que hemos escuchado parece responder precisamente a esta pregunta: «Él es la Imagen del
Dios invisible, el Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas» (Col 1,15-16).
Sus discípulos, ese día, a merced de la tormenta, aterrorizados, aún no podían profesar esta cognición sobre Jesús. Nosotros hoy, en la fe que nos ha sido transmitida, podemos en cambio continuar diciendo: «Él es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. Él es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él tuviera la primacía en todo» (v. 18).
Son palabras que nos comprometen a lo largo de la historia, que nos convierten en un cuerpo vivo, cuya cabeza es Cristo. Nuestra misión de custodiar la creación, de llevarle paz y reconciliación, es su misma misión: la misión que el Señor nos ha confiado.
La alianza indestructible entre el Creador y las criaturas, de hecho, moviliza nuestra inteligencia y nuestros esfuerzos para que el mal se convierta en bien, la injusticia en justicia y la codicia en comunión.
