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Opinión

Leamos

Siete puntos

1. Pues resulta que una investigación conjunta del University College de Londres y de la Universidad de Florida arroja resultados sorprendentes, por reales, al menos para mí: del 2003 al 2023, el número de personas que en los EUA lee por placer disminuyó casi a la mitad, pasando del 28 al 16 por ciento. Aunque el estudio se focaliza en los lectores norteamericanos, seguramente es un reflejo de lo que sucede en otros países. No se piense que el sondeo incluyó solo la lectura de libros en papel, sino también revistas, periódicos y textos en artefactos electrónicos.

2. Y digo que quedé sorprenido, porque con frecuencia se nos dice que leemos mucho. En México, por ejemplo, es de suponer que repasamos casi cuatro libros al año, cuando la realidad parece otra. Si antes veíamos en el transporte público o en un consultorio médico a alguien cargando un texto, o llegábamos a la casa del amigo y nos encontrábamos con su papá leyendo en un cómodo sofá de la sala, ahora la escenografía no ha cambiado, pero sí lo que tenemos frente a nuestros ojos: en vez de un volumen repleto de hojas, llevamos con nosotros un aparato pegado como prótesis.

3. ¿A qué se debe esta disminución de la lectura? La explicación es multifactorial: tenemos menos tiempo para ella, por las prisas de ciudades colapsadas por el tráfico y las obras públicas, que nos exigen traslados maratónicos, aunque los audiolibros nos acompañan en esos largos periplos; el celular contiene muchas informaciones que antes debíamos consultar en los periódicos, y las ofertas de series televisivas superan por mucho la disponibilidad de obras clásicas en nuestros hogares. “¿Ya leíste Cien Años de Soledad?”, pregunté a un alumno. “No”, respondió, “pero la vi en Netflix”.

4. Yo creo que la disminución en la lectura es una manifestación más de los corrientes tiempos posmodernos. Ella exige paciencia, continuidad, mesura, serenidad, fortaleza y, sobre todo, atención; es decir, capacidad para no dejarnos llevar por la vorágine de estímulos que nos asaltan. Y es que, en medio de la fugacidad con la que se presenta la vida y de la dispersión y fragmentación que nos arrastran, leer otorga una calma que necesitamos, aunque no lo queramos reconocer. Al tomar un libro, la tableta o el celular para leer, nos estamos abrazando a nosotros mismos.

5. La lectura nos sirve para pensar y nos impulsa a vivir lo leído; nos brinda alivio del trajín diario y, con la autorización de nuestros mandatos inconscientes, nos permite evadirnos por un momento de los problemas cotidianos. Nos ayuda a poner en orden nuestras ideas, a discernir, sintetizar y decidir. Ella despierta nuestra curiosidad, provoca nuestra imaginación, genera nuevas ideas y coquetea con nuestra inspiración. Ojalá comprendamos que la lectura nos dignifica como seres humanos, resignifica nuestra racionalidad y nos invita a dialogar con el autor.

6. Y todavía hay más. Leer nos amplía la mente y el horizonte, fortalece el pensamiento crítico, enriquece el lenguaje y la comunicación, forma la interioridad, desarrolla la empatía, nos ayuda a crecer como personas, nos abre a la verdad y al sentido de la vida. Pero, sobre todo, concentrarnos en un texto escrito nos permite ver la realidad con otros ojos, colocarnos unos lentes que no son los nuestros, salir de la burbuja cognoscitiva y afectiva en la que permanecemos encerrados, y atrevernos a penetrar en los criterios del otro, poniendo los nuestros a discusión. Leamos.

7. Cierre icónico. La Semana Santa en Iztapalapa acaba de ser declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. La declaración es un reconocimiento —muy merecido— a las personas que colaboran durante un año en la organización y presentación de los grandes misterios propios del cristianismo. Bien por esa alcaldía en donde se realiza el evento desde hace 182 años. Sin embargo, es paradójico que la pasión, muerte y resurrección de Jesús se consagren como un espactáculo más.

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