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Opinión

¿Somos libres para elegir gobernantes?

Política e Historia

Los mexicanos somos libres para elegir gobernantes; así lo establecen la Constitución, las leyes político-electorales y las instituciones para la participación democrática. Sin embargo, hay factores ajenos o paralelos a los del Estado que dificultan la libertad democrática.

En la temporada denominada Libertades en los siglos XX y XXI en México, organizada por el Museo de Historia Mexicana y el Centro de Estudios Políticos e Historia Presente, se dio el debate donde se analiza la pregunta que da vida al título de esta columna en “Política e Historia”.

Aquí mi opinión sobre tal interrogante. Soy un convencido de que el sistema político mexicano y sus instituciones ─en lo general─ están preparadas para la nación democrática a la cual aspiramos muchos. Sin embargo, existen variables que impactan, las cuales, sin ser directamente vinculadas a la libertad democrática, sí la determinan.

Somos libres, sí. Al alcanzar la mayoría de edad podemos votar y ser votados; tenemos libertad para acudir a expresar nuestra libertad de pensamiento en cualquier foro, sea ciudadano, académico, periodístico, apartidista o partidista, sin impedimento mayor al respeto por la vida privada de otros y a no incitar a la violencia o disturbios. Somos libres incluso para participar en actos de resistencia civil pacífica.

Somos libres para expresar nuestras preferencias o antipatías en las urnas, tanto que en las boletas existe el espacio para un candidato no registrado, o incluso para anular la boleta.

En estricto sentido jurídico y de teoría política, no tenemos impedimentos para ser democráticamente libres. Sin embargo, la libertad plena —de elección, de conciencia, para discernir entre opciones, ideologías, propuestas, perfiles personales y más— no la poseemos; estamos ligados con ataduras.

La poca formación educativa, la deficiente cultura política, el desconocimiento del valor del voto, la pobreza, la distorsión provocada por la propaganda, las fake news, la infodemia y la condición cotidiana de vida entre la población en general son condicionantes de la libertad democrática; son impedimentos para participar de la democracia en conciencia, es decir, en plena libertad.

Somos prisioneros de la información, de la desinformación, de la democratización de la información y de los intereses particulares. Así tenemos medios informativos conducidos por su sesgo editorial, amén de los miles de sitios ─seudo informativos─ que se dedican a difundir loas a los patrocinios e insultos a los de enfrente.

La pobreza condiciona nuestra libertad democrática. En una nación donde tres cuartas partes de los habitantes viven pobreza o falta de recursos para desarrollarse armónicamente, la libertad democrática queda condicionada ante intereses manipuladores.

La pobreza esclaviza la democracia: provoca súbditos, siervos, hordas de afines dispuestos por un mendrugo. Los grandes movimientos sociales en México han sido de origen político y masificados mediante la pobreza. La promesa de una mejor vida atrae simpatizantes comprados con un plato de democracia fingida.

¿Somos libres para elegir gobernantes? Creo que somos libres para elegir ser libres. No es perogrullada ni cantinfleo: somos libres para comprender aquello que nos ata y nos impide crecer en libertad.

La receta es simple, pero difícil el tratamiento. Demanda compromiso, comprender el valor de nuestras decisiones, asumir que nuestros gobernantes son un reflejo de nosotros mismos, y que si aprendemos a ser libres, los gobernantes serán mejores servidores públicos en beneficio nuestro.

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