"Tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata." Este conocido refrán aplica perfectamente a lo ocurrido con la recién aprobada, en lo general, llamada “Ley Espía”. En este caso, son igualmente responsables tanto quienes la presentaron como quienes la aprobaron.
Es importante evidenciar que la función pública, hoy en día, parece responder más a los intereses de grupos cerrados que al bienestar de la población en general. Aunque la ciudadanía exprese su desacuerdo, realice manifestaciones o reúna firmas electrónicas, nada de esto parece tener efecto frente a decisiones que llevan años gestándose.
Si alguna vez nos cuestionamos la independencia de la actual titular del Poder Ejecutivo respecto a su antecesor, los hechos actuales nos están dando una respuesta clara y contundente.
Como mujer, debo decir que sentí una gran alegría al ver que podemos aspirar a ocupar cargos que antes nos parecían inalcanzables, como lo es la Presidencia de la República. Sin embargo, también siento frustración al ver que esa oportunidad, en apariencia histórica, parece limitarse a una representación simbólica, pues la gestión actual simplemente está dando continuidad al proyecto de gobierno anterior.
La Constitución ya no es el marco inviolable que solía ser. Cada vez que los legisladores presentan nuevas iniciativas —muchas de ellas poco reflexionadas—, me pregunto: ¿Qué hay detrás de esta propuesta?, ¿cuál es su verdadero objetivo?, ¿cuánto presupuesto se le asignará y quién lo ejercerá?, ¿dónde está el beneficio personal?
Lamento haber llegado a estas conclusiones, pero como dice otro refrán: “La burra no era arisca, la hicieron.”
México parece estar en caída libre, y millones de ciudadanos solo observamos y comentamos en redes sociales sobre lo malo, lo injusto. Pero quienes realmente tienen el poder para detener este régimen, son cómplices —ya sea por omisión o por conveniencia.
Estamos entrando en una era de grandes avances tecnológicos, pero también de retrocesos preocupantes en materia de derechos humanos. Nos están arrebatando la libertad, el respeto a la privacidad y la confidencialidad de nuestros datos, con el fin de convertirnos en piezas de un sistema cada vez más autoritario.
Los tribunales y organismos autónomos, que debieran ser contrapesos del poder, hoy parecen haber perdido esa autonomía. Todo está vinculado a una sola voluntad política. Y no lo olvidemos: aquellos que hoy avalan estos cambios, mañana también enfrentarán las consecuencias de sus actos.