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Opinión

Un mensaje de alegría

Las cartas sobre La mesa

Isaías comparte con el pueblo la misión para la que Dios lo eligió: anunciar la buena nueva a los pobres, curar a los de corazón quebrantado, etc. La misma misión de Jesús y de todo bautizado. Isaías, para el pueblo ya regresado del exilio babilónico, recibe una misión que, en parte, le tocará realizar entre sus contemporáneos, pero que en la mayor parte remite a la figura futura del mesías. Con toda razón, Jesús hará propia esta misión del profeta, indicando así el cumplimiento de la Escritura, su vocación y misión mesiánicas. Consolar y llevar alegría por todos lados.

Pablo exhorta a los Tesalonicenses a vivir siempre alegres, a elevar himnos de acción de gracias: “no apaguen el fuego del Espíritu, para mantenernos irreprochables hasta la llegada de Jesús”. Además de vivir siempre con la conciencia de abstenerse de todo mal y llenar nuestras vidas de las cosas que suman y no de las que restan. 

En el evangelio leemos como las autoridades religiosas mandan preguntar a Juan el Bautista si es el Mesías. Él lo negó afirmando: “yo no soy”. La tarea de Juan es preparar al pueblo para que reconozca a Jesús, y les anuncia que el Mesías ya está presente. Juan, que reconoce honestamente su función en el plan de Dios, se sabe enviado no como suplantador, sino como testigo de la luz, portador de una alegre noticia, del anuncio del Mesías por todos esperado. Juan es muy consciente de quién es él y de cuál es su misión. Él es sólo una voz que prepara los caminos del Mesías, es sólo un testigo de la luz que alumbrará a todos los hombres. 

Cuando uno es enviado a alguien, lo es para comunicarle un mensaje. La misión que tenemos todos es la de comunicar a los hombres la alegría del evangelio, la alegría de la salvación. ¿Cuál es el contenido de la misión de Isaías, del Bautista, de Pablo? Podemos señalar que es un anuncio cargado de esperanza, de alegría, de motivación, vemos algunos elementos: los tres hacen un anuncio de liberación por parte del mesías; es decir, de Jesús de Nazaret: “me ha vestido con un traje de liberación, y me ha cubierto con un manto de salvación”. Una liberación mediante la palabra y mediante las obras. Una liberación que cura, que consuela. Un mensaje de la Luz, Jesús como una luz que está en medio de nosotros, pero que no se ve, si no hay alguien que dé testimonio de ella, como Juan el Bautista. Una vez que el hombre es liberado e iluminado por Jesús, se adquiere un estilo de vida, con matices muy hermosos, como Pablo exhorta a los Tesalonicenses: alegría cristiana, oración, eucaristía, discernimiento de los carismas, vida irreprochable y auténtica.

Todos somos enviados como los profetas, como Juan o como Pablo. Enviado a llevar alegría y paz, no son los regalos externos, no es el ruido ni la vacación lo que nos da la verdadera alegría, sino la paz y amistad con Dios, fruto de la experiencia que hagamos de sentirnos amados por Él, la manera en la que podamos compartirlo y hacerlo sentir a los demás. Que estos días previos a la Navidad sean de preparación espiritual, de gozo del corazón, de alegría interior al saber que Dios, que es amor, ha venido para redimirnos. Se vale dejar atrás las desdichas y sinsabores de la vida y abrirnos a algo nuevo lleno de esperanza, como Isaías y Juan invitaron al pueblo. Abrirnos a un mensaje lleno de ilusión, arropados por este amor de Dios que desciende sobre nosotros en el pesebre de Belén.

Jesús será siempre el motivo de la auténtica alegría. Es Dios mismo quien viene a rescatar a su pueblo. Es Dios mismo quien se hace presente en el desierto en la voz de Juan y lo hace florecer, en las almas más secas, que comenzarán gracias a Él, a reverdecer. Es Dios mismo quien nace en una pequeña gruta de Belén para salvar a los hombres, desde la pequeñez nace la inmensidad. Es Dios mismo quien desciende y cumple todas las esperanzas del antiguo pueblo de Israel, cumple con las esperanzas de la actual humanidad tan necesitada de signos de luz y autenticidad. Es hermoso contemplar el intercambio: “Dios toma nuestra naturaleza humana y nos da la oportunidad de participar de su naturaleza divina”, siempre será motivo de gran gozo y alegría. No podemos cerrarnos a este gran mensaje.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros.

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