Opinión

Una columna fría (aunque hay otras más gélidas)

Sección Editorial

  • Por: Manuel Rivera
  • 25 Diciembre 2022, 20:00

Amanecí bien cobijado y optimista, enriquecido por una nueva lógica que, de haberla descubierto antes, hubiera transformado mi vida. De cuántas responsabilidades estaría libre y cuántas culpas menos cargaría, de haber aprendido a comparar mis faltas con las de mis acusadores. Sumada al frío que esta mañana puedo alejar de mi cuerpo aparece congelada sin remedio mi conciencia, al leer las noticias que presentan la posición del Presidente de la República con relación al caso de la ministra Yasmín Esquivel, aspirante a encabezar la Suprema Corte de Justicia de la Nación, quien presuntamente plagió la tesis con la que se graduó como licenciada en Derecho. Muchos gobernante se atribuyen el poder de cambiar las condiciones de vida de las personas, pero muy pocos, y sin querer, son capaces de modificar la percepción que estas tienen de su propia existencia. “…Considero que cualquier error, anomalía cometida por la ministra Yasmín, cuando fue estudiante, cuando presentó su tesis de licenciatura, es infinitamente menor al daño que han ocasionado a México Krauze y el señor que hace la denuncia (Guillermo Sheridan)…“Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra, pues todos los que piden que se castigue a la ministra Esquivel, han cometido delitos mayores”, expresó el licenciado Andrés Manuel López Obrador.¿Cuál sería mi pasado si le hubiera dicho a uno de mis maestros que copié en un examen, pero que él engañaba a su esposa y, por lo tanto, carecía de autoridad para reprimirme? ¿Cuántas cárceles podrían vaciarse si los reos admitieran que violaron la ley, pero señalaran que más lo hicieron sus jueces?La falta que el individuo comete consciente, ¿deja de serlo ante las faltas conscientes mayores de otros?Mejor trato de compartir algunas pretendidas ideas sobre el frío como castigo a los pobres, es decir, a quienes son necesarios para atesorar riqueza y, de paso, propiciar que haya unos cuantos ricos que cada año escalen hacia el cielo regalándoles cobijas. Por supuesto que primero debo admitir que sin poseer ningún mérito mayor a los que tienen quienes carecen de abrigo, nunca supe lo que fue llorar por frío. No fui pobre porque mi papá se empobreció para evitarlo. Las experiencias gélidas de mi vida se dieron, en su mayoría, en pretendidas relaciones personales, o en excepciones como aquel campamento en Valle de Bravo, donde sin casa de campaña ni adecuada bolsa de dormir una noche tuve que unirme al hacinamiento de mis amigos, en conflicto también con una temperatura abajo del punto de congelación.En esas condiciones pude cerrar los ojos hasta que amaneció, encuentro con Morfeo que duró unos cuantos minutos, pues uno de nuestros acompañantes, con más insomnio que el resto, pero también con mayor inconsciencia, interrumpió nuestro sueño con su práctica de tiro al blanco, lo que sólo hubiera demostrado falta de consideración, de no estar el grupo acostado sobre el suelo entre las botellas a las que apuntaba y su escuadra .22.El calificativo a esto último corre por su cuenta, lector, aunque puede imaginar los que proferimos quienes justamente temerosos debimos abrazar la tierra, acción que no nos exentó de despotricar contra el autor del abrupto despertar con balazos a una colectividad al borde de la hipotermia.Desabrigado padecí viento congelante sólo esa noche, pero mientras esperaba el retorno del sol intenté entender una de las graves e inhumanas consecuencias de la corrupción material e intelectual.Comprendí, por ejemplo, la dimensión del atentado humano que comete el individuo que en una administración pública “infla” el cost de obras para obtener lucro ilícito, cuando observé que mi sufrimiento por las bajas temperaturas era similar al de quienes carecen de dinero para comprar ropa y cobijas, viven en casas improvisadas o recurren al alcohol u otra droga para disfrazar en la intemperie su padecer.Desviar dinero público a través de “comisiones”, “diezmos” u otros latrocinios, que deberían ser aplicables a superar la pobreza o al menos a paliar sus consecuencias, es no sólo indebido, sino verdaderamente atentatorio al más elemental sentido de humanidad.Ni mil discursos ni mil dádivas podrán exentar de lo que la Ley debe perseguir y los seres humanos perdonar, pero no aceptar.Sentir el frío en el cuerpo puede ser inevitable, admitir el de la indiferencia, nunca, ni aunque haya fríos mayores.riverayasociados@hotmail.com

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