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Opinión

Una columna ociosa

Recuerdos de una vida olvidable

Como si volteara a ver mi conciencia, la ventana de la recámara que ocupo muestra un paisaje obscuro.
Mientras a ciegas busco en la madrugada temas para descomponer palabras, aparece el asunto del ocio, al que de manera injusta se le atribuye la maternidad de todos los vicios.

Pero ¿por qué no adjudicarle también el parto de preguntas capaces de turbar la paz del ocioso sin adicciones? Ejemplos de esas interrogantes, son:

¿Por qué tratar de explicar el universo bajo la lógica humana, que supone que la totalidad de lo existente tiene fronteras y orígenes? ¿Por qué asumir que el cosmos tuvo un solo principio y tendrá un solo final? 
¿El espacio será sólo una sucesión infinita de comienzos y conclusiones sin límites, en un tiempo registrado por un reloj que siempre ha estado en marcha y jamás se detendrá? ¿Y si la vida resulta el sueño fugaz de la realidad que es la nada eterna?

Deseable o indeseable, el ocio puede producir cuestionamientos todavía más complejos y quizá irresolubles dentro de la burbuja de lo humano, como pueden ser los relativos a hechos surgidos durante la última semana en el país, capaces hasta de provocar que algún día el sol se avergüence de iluminar esta parte del planeta.

La ociosidad asusta, concluyo sesudamente, y luego cubro mi desocupación con el deseo de morir un poco durmiendo o de vivir, también un rato, aceptando mis limitaciones para entender lo que me rodea.
Escojo la segunda alternativa y repaso algunos acontecimientos que refrendaron la incapacidad que me hace quedar perplejo frente a las expresiones o actos de algunos políticos, pese a que sus palabras y conductas puedan ser sublimes e incomprendidas manifestaciones de la inteligencia.

Admito así que la precandidata presidencial de la Alianza Fuerza y Corazón por México, Xóchitl Gálvez, no es una empleada de los partidos políticos que mediante la integración de su equipo ofrece a la nación regresar al pasado reciente, sino que en realidad es una firme convencida de las oportunidades que merecen las personas para intentar de nuevo las cosas, con la intención de que, ahora sí, les resulten bien.

Por supuesto, Gálvez tampoco es igual a los de enfrente, pues en su caso la integración de sus hijos a la campaña por la Presidencia no está sujeta a los mismos criterios que aplican para sus adversarios. Tan fácil que se resolverían los conflictos si los demás reconocieran que uno es el bueno y el otro el malo.
Ni qué decir de la agudeza de pensamiento que caracteriza al presidente Andrés Manuel López Obrador, que le permite observar cómo el neoliberalismo se ha infiltrado en la ciencia, las matemáticas y la comprensión lectora del estudiantado mexicano, competencias supuestamente evaluadas por la prueba PISA.

Nada que agregar tampoco contra el uso que hace el primer mandatario de su libertad de expresión, así haya conservadores o enemigos de todo que le achacan revictimizar a los cinco jóvenes asesinados en Celaya, Guanajuato, únicamente porque dio el carácter de verdad a una hipótesis que los calumniaba.
Menos habría que añadir algo sobre Beatriz Pagés, simpatizante de la oposición y acérrima crítica del presidente, quien en la revista que dirige presentó una ilustración de la silueta de Claudia Sheinbaum, ciudadana de origen judío precandidata presidencial de Morena, a quien muestra con una cinta roja alrededor de la cabeza que presenta la esvástica nazi.

Claro que eso no debe ni de contradecir los principios opositores que condenan el discurso del odio, ni insultar a las víctimas la vergüenza y el horror provocados por el genocidio del nazismo, que acompañará a la humanidad hasta el fin de sus días. Fue sólo otra muestra de la libertad de expresión.

Nada de contradicciones, sólo son malas interpretaciones, como lo aclaró el gobernador morenista de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, a propósito de su afirmación en el sentido de que es “más feo” tener un hijo con adicciones que uno homosexual o discapacitado, aclaración avalada por la credibilidad labrada por su franqueza, como la de aquella vez que públicamente reconoció que protegió a un acosador, pues el acoso “nada más” era sexual. Como él mismo lo dijo, ¿quién puede poner en duda que, como hombre de izquierda, respeta la diversidad y los derechos de las minorías?

Ya amaneció y sigo viendo obscuro fuera de mi ventana, y dentro de mí. ¿Será por mi ociosidad o necedad para tratar de explicar con lógica humana lo que pasa en México?

riverayasociados@hotmail.com

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