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Opinión

¿Sí fuimos a la Luna? Parte II

Luz sobre luz

No pretendo convencerte de que la humanidad no ha pisado la Luna (yo mismo encuentro incógnitas complicadas en ambos espectros de la discusión), pero te comparto lo que cada vez son análisis más inquietantes que ponen en entredicho la icónica misión espacial Apollo, difundida al mundo entre 1969 y 1972.

En el escrito anterior hablamos de tres grandes ámbitos de la polémica: la gran distancia recorrida considerando la tecnología de entonces (y que no se ha repetido en 50 años); las complicaciones del viaje, no de ida, sino el de regreso, en la pequeña cápsula; y la cuasi inverosímil capacidad de transmisión de imágenes y audio en vivo, que llegó prácticamente limpia y perfecta desde tan lejos, pese a supuestamente utilizar las antiguas técnicas de radiofrecuencias con antenas.

Rápido repaso. Uno: la distancia. La estación espacial está a 400 kilómetros de la superficie terrestre, pero la Luna está a ¡400,000 kilómetros! O sea que el viaje tripulado a la Luna nos obliga a creer que, en la misma década en la que apenas se logró alcanzar con una nave espacial una altura de 330 kms (en 1962), a los pocos años encontramos la manera de llegar ¡1,000 veces más lejos! Venciendo, además, cualquier imprevisto que pudiese tener el viaje más alejado jamás realizado por un humano (dominando el frío, la climatización de la nave, la combustión en el espacio exterior), yendo y viniendo sin errores a zonas espaciales nunca antes exploradas.

Un dato inquietante es que, años después, diversos expertos —incluyendo algunos de la NASA— han hablado de la dificultad, incluso la imposibilidad, de que un humano cruce el llamado “cinturón de Van Allen”, unos anillos de alta radiación que rodean la Tierra. Pero si preguntas a la IA —alimentada por toneladas de escritos a favor del viaje lunar— te dirá que sí se puede, porque naves como la de las misiones Apollo “lo cruzan a gran velocidad”.

Dos: el regreso. Realmente es retador creer que una pequeña cápsula, que parece hecha de latón, fue la que alunizó sin problema y después despegó de la Luna con sus pequeños propulsores para unirse —sin errores milimétricos— con el módulo que se quedó oribitando la Luna. Digno de una película de fantasía.

Tres: el envío de imágenes y voces. Tenemos que creer que fue posible enviar imágenes de la Luna a la Tierra, desde 380,000 kilómetros, mediante ondas de radio de la época, enviadas con una pequeña antena asentada en el vehículo lunar, que llegarían con mejor calidad que una transmisión local de TV de entonces; y que, además, Richard Nixon hablaría por teléfono con Neil Armstrong hasta la luna, ¡en vivo!, sin retraso entre pregunta y respuesta, usando esa misma señal de radio, pues no había ni celulares ni tecnología digital.

Y, sin duda, lo que más inquieta es que no haya vuelto ni Estados Unidos ni ningún otro país —que bien querrían hacerlo por demostrar su poder al mundo, como China, Rusia, India o hasta Irán—, siendo que hoy tenemos una tecnología increíblemente más avanzada, pues ¡un aparato celular del presente tiene más poder y memoria que la más grande computadora existente en 1969!

¿Por qué es importante esto?

Porque el viaje a la Luna es el evento más significativo, considerado “el mayor logro” de la historia de Estados Unidos, que sirvió como símbolo mundial para asegurar que ese país fuera visto como la mayor superpotencia (los mayores inventos previos eran esencialmente europeos), pero además le diera una cara noble y benévola a una nación cuyo único otro gran hito de superpotencia había sido detonar la primera bomba atómica (evento determinante para marcar supremacía, pero no la publicidad más agradable para un país).

Y es por eso también que dudar del viaje a la Luna puede ser tan difícil hoy en día.

Porque las incógnitas están ahí, a la luz de todos. Pero, frente a las amplias e inquietantes dudas, pareciera tener más peso un factor en exceso importante: la confianza en el sistema occidental y en la credibilidad de sus instituciones.

Dudar del viaje a la Luna implica, para los habitantes occidentales, casi lo mismo que renunciar a la lealatd a su cultura. Crecimos pensando que del lado de Occidente están “los buenos”, donde sus gobiernos no engañan; no son maquiavélicos. Mucho menos dudaríamos de instituciones como la NASA o, para el caso, la ONU o la OMS. Crecimos creyendo, sin dudarlo, que sí fuimos a la Luna, pues nos lo dijo toda la cultura alrededor, hasta los libros de texto escolares, en los que confiamos plenamente. Nos lo dijeron los maestros, y la TV, y hoy la IA...

No es tan diferente que lo que ocurre con los niños que creen en Santa Claus: cuando son pequeños, si llega otro niño a decirles que Santa no existe, la primera reacción del niño será negarlo, porque jamás le otorgarán más credibilidad a otro niño que a sus propios padres, que son en quienes confía ciegamente. Es hasta que crece un poco más que se atreve a dudar de lo que los padres le enseñaron.

Así estamos los seres humanos modernos con los cánones occidentales. Hemos empezado a dudar y a darnos espacio para preguntarnos lo que antes era impensable.

No está de más volver a revisar todo lo relativo al viaje a la Luna y formar nuestro propio criterio.

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