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Opinión

Una triste columna

Recuerdos de una vida olvidable

¿Por qué si un día la autoridad ambiental de Nuevo León atribuyó sin el menor esbozo de una sonrisa la contaminación del aire a las carnes asadas, no se ha manifestado sobre los efectos de la política en descomposición?

¿Es inmoral o divertido incorporarse a la agenda política sexenal que da prioridad a la denostación, banalización o polarización de las corrientes que compiten por el poder, en tanto la ingobernabilidad avanza en una ruta paralela?

Me parece escuchar con tu voz grave el veredicto acerca de la pregunta que debo responder para desarrollar el tema de la columna de hoy: “Mejor habla de cosas serias, Manuelito”.

Rescato entonces el texto que hace poco más de tres años me dictó tu muerte, asunto de importancia personal, pero posiblemente también de interés general para quien desee conocer algo de lo que sucede detrás del telón en el quehacer público.

“Este día sigo teniendo amigos, pero ya no al que me probó que la amistad es incondicional compañía, aceptación y expresión que se ríe de quien supone que el poder o los bienes materiales hacen distinta a la gente.

“Lo conocí en una campaña política, acercándose a mí con respeto pleno a mi tarea, proponiendo, jamás imponiendo como bien supe poco después podía hacerlo. Compartíamos jornadas de trabajo que iniciábamos a las siete de la mañana y terminábamos en la madrugada ‘cenando’ en una tienda de conveniencia.

“Sabiendo de él únicamente que era una persona cabal, un buen día pedí su ayuda para pasear a mis perras. Sin gesto alguno de superioridad y sí con uno de gusto, tomó la correa de Blondie mientras yo hice lo mismo con la de Petunia para irnos a caminar al parque y seguir conversando sobre la campaña y la vida. Años después, hasta la última vez que platicamos, seguía acordándose que era Blondie la que realmente lo llevaba de paseo.

“Semanas después, ya convertidos en buenos amigos, supe que era primo del candidato y enviado especial para apoyarlo, con asiento en el consejo familiar de quien se perfilaba para ser gobernador. Jamás hizo valer ante mí esa cercanía y, lejos de ello, seguimos conversando de cosas realmente importantes, más que de política.

“Durante el sexenio de su primo nos reuníamos a desayunar con mucha frecuencia. En ese periodo me acompañó en mis andanzas taurinas, lo mismo trasladando mis sueños en su camioneta a la Monumental, que partiendo plaza juntos en un cortijo para luego irse a un burladero y desde ahí apoyarme.

“Así como me acompañó para verme torear, tuve la oportunidad de estar cerca de él en el hospital cuando le tocó lidiar una bacteria más brava que todo lo que yo había conocido. Nuestra amistad continuó incólume en medio de hielo, camillas y catéteres, ambiente que superó con fortaleza de cuerpo y espíritu.

“Pasó el sexenio y continuamos conversando frecuentemente, más allá de efímeras posiciones de poder. Nos seguimos riendo de la descripción que en broma hacía yo de mi pasada posición laboral: “secretario plenipotenciario con aspiraciones a vitalicio”. Aun ausentes esos calificativos, nuestros desayunos siguieron en la cocina de su casa, sitio que considerábamos ideal para ventilar los grandes asuntos estatales, nacionales y, por supuesto, personales.

“Era un extraordinario cocinero y él mismo preparaba el desayuno, verdaderamente suculento, en el que jamás olvidaba poner en la mesa el pan dulce y queso que sabía me gustaban. Ahí hablábamos de política, mujeres, hijos y planes, sin importar que él ya no fuera el primo del gobernador ni yo integrante del gabinete.

“Mi situación económica sufrió luego severo deterioro, por lo que me invitó en varias ocasiones a comer, librando gracias a él el ayuno y recibiendo el trato de la persona más rica del mundo. Poco antes de la pandemia y ocupando yo una nueva posición en otra ciudad, nos reunimos por última vez en su cocina, donde ahora también consintió con sus deliciosos platillos a la mujer que finalmente me domó. 

“Más tarde me enteré por sus letras en Facebook que había sufrido un accidente casero. Me honró un par de veces recibiendo mis llamadas, en las que intercambiamos mensajes optimistas.

“Durante una cercana mañana un mutuo amigo me informó que uno de mis más grandes maestros sobre el valor de la amistad sólo podría darme ya cátedra a través de su recuerdo.

“Jorge: qué bueno que del corazón no brotan lágrimas, porque ese día me hubiera ahogado”.

riverayasociados@hotmail.com

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