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Opinión

Urbe contaminada y las megaplantas ahí siguen

Luz sobre luz

Escribíamos hace dos semanas que no tenemos un verdadero “inventario de emisiones” de la urbe regia, la gran zona metropolitana de Nuevo León. Uno que sea sistemático, exhaustivo y que esté actualizado.

Uno que nos diga cuánto contamina cada una de las grandes plantas industriales ubicadas en la ciudad, qué contaminantes emiten y qué tan nocivos son para la salud, además de si sobrepasan o no los niveles permitidos (que, por cierto, dicen los expertos, ya se deberían actualizar esos “límites permitidos”, pues son demasiado permisivos).

Un inventario que, asimismo, mida la incidencia del transporte y de otras actividades como la construcción, la extracción de piedra caliza, etcétera.

Uno que esté elaborado por expertos independientes —quizá internacionales y sin agenda—, avalados por académicos locales y nacionales, y con cierta participación de gobierno, de la misma IP y, por supuesto, de la ciudadanía…

Porque sólo partiendo de ese conocimiento amplio, preciso y detallado se puede armar un plan coherente para saber por dónde empezar y qué urge atacar primero.

Por ejemplo, hay que saber si aún se pueden quedar o, de plano, ya deberían irse esas acereras y cementeras que están todas en el centro de la urbe (al menos en el “centro geográfico”, que ahora es, más o menos, la zona donde colindan Monterrey y San Nicolás, y donde se encuentra, entre otras, la planta de Ternium).

También, saber el porcentaje real de la participación de la Refinería de Pemex en Cadereyta, para determinar con certeza si, en efecto, esa es la primera gran planta que tiene que irse o si, en cambio, se puede atenuar considerablemente su efecto tóxico con tecnología.

Lo cierto es que hoy seguimos sufriendo los embates de la contaminación, y acabamos de ver un caso sintomático: el derrame de cloruro de hierro que se generó en la planta Churubusco de Ternium el 18 de abril.

De acuerdo con información proporcionada el 27 de abril por la Secretaría de Medio Ambiente del gobierno de Nuevo León, los efectos de dicho derrame aún se están cuantificando, pero al menos el viernes 26, en una inspección de la Procuraduría Estatal del Medio Ambiente, podía advertirse aún “gran cantidad de material derramado”.

La sustancia corrosiva, conocida por causar daños en el sistema respiratorio si se aspira, pero también quemaduras en el tracto digestivo si se ingiere, se salió de los tanques de almacenamiento de Ternium y fue a dar hasta un arroyo urbano: el arroyo La Talaverna, ubicado en San Nicolás.

Dicho arroyo está convertido desde hace años en un canal pluvial con infraestructura municipal, pero fue tal el derrame que, aparentemente, dañó la estructura del propio canal.

La sustancia corrosiva penetró en el subsuelo y contaminó las aguas del pluvial, de acuerdo con reportes.

Y aunque Ternium afirma que realizó labores de contención y remediación inmediatas, y que —según un comunicado del 26 de abril— ya “el pH de toda el agua está neutralizado”, quedan preguntas en el aire sobre las afectaciones al agua, la tierra, la flora y fauna, y, por supuesto, a los habitantes que rodean la planta de esta acerera, propiedad de la firma argentina.

¿Hasta cuándo tendremos que soportar estos embates tóxicos contra nuestras familias, provenientes de estas plantas que manejan sustancias altamente nocivas para el ser humano?

Es cierto, las industrias ya estaban ahí desde hace mucho, y quizá llegaron antes que muchas zonas residenciales.

Pero hoy ya, irremediablemente, conviven plantas y vecinos, y por la naturaleza del lugar donde se encuentran, estas fábricas ya no son compatibles con la ciudad que las rodea.

Es más, ahí donde están deberían estar desarrollos de usos mixtos, combinados con parques y zonas verdes, donde la gente pueda vivir, hacer deporte y contar con servicios comerciales, educativos, de salud y hasta de entretenimiento.

Esa zona de la ciudad ya NO tiene vocación industrial.

Por eso, en realidad, están contados los días de la planta Churubusco de Ternium —así como de otras a su alrededor—.

¿Por qué no mejor ya planear y calendarizar su salida?

¿Quién da el primer paso? ¿Quién le pone el cascabel al gato?

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