La crisis hídrica que atravesamos hace apenas unos años parece lejana para muchos, con las lluvias y las presas llenas, pero sería un error pensar que no existe un riesgo permanente.
La crisis evidenció que el agua es un recurso finito, que la improvisación sale demasiado cara y que la planeación debe ser constante. Sin embargo, no todos han aprendido la lección.
El anuncio de que el reciclaje de aguas grises no será prioridad para Agua y Drenaje (AyD) en esta administración estatal es muestra de ello.
Es una decisión preocupante porque, paradójicamente, es en tiempos de abundancia cuando se deben sembrar las soluciones que nos permitirán resistir los tiempos de escasez. Las fuentes de agua de la ciudad, como las presas, hoy tienen niveles aceptables, pero la historia reciente nos demuestra que la estabilidad hídrica en Nuevo León es frágil y momentánea.
¿Qué sucederá cuando regrese la sequía y no hayamos avanzado en medidas de prevención y reutilización?
Hace algunos años, impulsé desde el Congreso local un exhorto a Agua y Drenaje para que evaluara la viabilidad técnica y financiera de instalar sistemas de gestión de aguas grises en casas habitación, empresas e industrias.
La propuesta era simple: antes de que el agua utilizada en actividades cotidianas se perdiera en el drenaje, debía aprovecharse para usos secundarios, como sanitarios, limpieza o riego. No es nada nuevo: existen tecnologías probadas, esquemas de financiamiento e incluso experiencias exitosas en otras ciudades del país y del mundo.
Durante la crisis, conocí a familias que, en sus propias casas, habían diseñado y adaptado sistemas rudimentarios pero efectivos para aprovechar las aguas grises. Ciudadanas y ciudadanos comunes, sin presupuesto público ni grandes infraestructuras, hicieron lo que el Estado no puede hacer.
Si una familia en Monterrey puede implementar este tipo de prácticas domésticas, no hay justificación válida para que un organismo con el peso institucional y financiero de AyD postergue políticas de sustentabilidad hídrica.
El problema no es, entonces, técnico, sino de voluntad política.
La gestión del agua en Nuevo León ha estado marcada por la improvisación. Se reaccionó tarde durante la crisis; se recurrió a medidas de emergencia que golpearon a los más vulnerables; se decretaron incrementos sustanciales sin mejoras notables.
Mientras tanto, las políticas estructurales —como el reciclaje de aguas grises o la captación de agua pluvial— siguen en pausa.
Vivimos atrapados en un ciclo donde solo se actúa cuando el agua falta, y se olvida la prevención cuando el agua sobra.
Hoy, cuando las presas están en niveles aceptables, es precisamente el momento para preparar el futuro. No podemos esperar a que la próxima sequía nos obligue, una vez más, a improvisar soluciones de emergencia.
Las aguas grises representan una oportunidad tangible, alcanzable y necesaria para reducir la presión sobre nuestras fuentes de abastecimiento.
Si dejamos pasar esta oportunidad, quizás después sea demasiado tarde. Porque cuando vuelva la escasez —y volverá—, la ciudadanía recordará que hubo recursos, hubo tiempo y hubo diagnósticos… pero faltó decisión política.
Los ciudadanos han demostrado que están dispuestos a cambiar hábitos y adoptar prácticas sustentables. Lo que falta es que el gobierno abandone la miopía de la abundancia y asuma, de una vez por todas, su responsabilidad.
La historia de Nuevo León no puede seguir marcada por crisis que se repiten como ciclos inevitables.
Es tiempo de romper con la improvisación y apostar por una planeación seria, donde el reciclaje de aguas grises no sea visto como un experimento lejano, sino como una política pública central. Porque, si esperamos a la próxima crisis, ya será demasiado tarde.
