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Opinión

Una muerte real que parece de novela, Tercera parte

Buhedera

“Loeweinstein tampoco mostraba moderación en la compra de residencias; en la década de 1920 adquirió para él una mansión en Bruselas que más tarde se convertiría sucesivamente en la Embajada de Canadá, de los Países Bajos y finalmente en la sede del consejo del Estado belga, otra mansión en Biarritz y en Inglaterra un castillo dentro de una propiedad de 400 hectáreas. 
También tenía una colección de coches de lujo, entre ellos un Rolls-Royce. Su particular estilo teatral de hacer negocios hacían que fuera visto a menudo como un excéntrico, comportamiento que se acentuó a partir de la caída de un caballo en 1926.

A lo largo de su vida, Alfred Loewenstein fue consultado por numerosos jefes de Estado y el gobierno británico lo hizo miembro de la Orden del Baño.
 
Desaparición
Al atardecer del 4 de julio de 1928, Loewenstein salió del aeropuerto inglés de Croydon para volar a Bruselas en su avión privado, un trimotor Fokker F.VII, junto con seis personas más. El cielo estaba despejado y no se esperaban vientos fuertes.

Donald Drew, el piloto, había comentado que iba a ser un vuelo muy tranquilo. Lo acompañaba el mecánico Robert Little. Tanto Drew como Little se metieron en la cabina, que tenía una entrada independiente y dejaba al área de pilotos aislada del resto de los pasajeros. Entre los que viajaban, además del magnate, estaban Arthur Hodgson, su secretario; Fred Baxter, su ayuda de cámara; y dos estenógrafas, Paula Bidalon y Eileen Clarke.

Mientras la aeronave atravesaba el canal de la Mancha a 1,200 metros de altitud, Loewenstein se dirigió a la parte posterior del avión para utilizar el lavabo, al que se accedía por la puerta trasera de la cabina principal de pasajeros, la cual daba paso a un pequeño espacio con dos puertas: la de la izquierda daba al lavabo, mientras que la de la derecha era la puerta al exterior de la aeronave.

Cuando llevaba demasiado tiempo sin reaparecer, el secretario de Loewenstein fue a buscarlo y descubrió que el lavabo estaba vacío y que la puerta de entrada de la aeronave estaba abierta y batiendo. Todos los integrantes del viaje afirmaron su creencia de que Loewenstein habría caído por la puerta trasera del avión varios centenares de metros hasta su muerte en el canal de La Mancha.

Lo más apropiado habría sido que el avión se desviara a la pista de aterrizaje en Saint-Inglevert, situada entre Calais y Dunkerque. Aquí, el piloto podría haber alertado a la guardia costera de la desaparición de Loewenstein. En cambio, Donald Drew aterrizó el avión en lo que creía que era una playa desierta cerca de Dunkerque.

La playa estaba siendo utilizada para entrenamiento por una unidad militar. Inmediatamente los militares comenzaron a correr por la playa en dirección al aparato y empezaron a hacer preguntas, en el momento en el que los pasajeros y la tripulación habían desembarcado. El piloto Drew se comportó de manera particularmente extraña, evadiendo sus preguntas durante media hora, hasta que finalmente admitió que habían perdido a Alfred Loewenstein en algún lugar del Canal de la Mancha.

Su cadáver fue encontrado el 19 de julio, más de dos semanas más tarde, y estaba tan descompuesto, que hubo que identificarlo por su reloj de pulsera. En el momento de su muerte era presidente de International Holdings e Hydro-Electric Securities.
 
Teorías
Una explicación plausible es que Loewenstein fue arrojado por la fuerza del avión por el ayuda de cámara, Fred Baxter, posiblemente a instancias de la esposa de Loewenstein, Madeleine. Ella tenía una relación muy fría con su esposo y estaba desesperada por tener en sus manos su fortuna. Las seis personas a bordo estarían casi seguramente al tanto del asesinato. De hecho, probablemente lo habían planeado cuidadosamente de antemano.

Una teoría de por qué el Fokker aterrizó en la playa fue para que se pudiera instalar una nueva puerta trasera, ya guardada a bordo del avión, para reemplazar la que se cayó sobre el Canal. 

Esto encaja perfectamente con la historia de un pescador francés que recordó haber visto algo así como un paracaídas cayendo del cielo precisamente en el momento en que Loewenstein desapareció. Este "paracaídas" era muy posiblemente la puerta trasera. Nadie fue acusado del asesinato. En cuanto a Loewenstein, era tan impopular entonces que terminó siendo enterrado en una tumba sin nombre.

En 1987, William Norris escribió la historia de Loewenstein en un libro titulado The Man Who Fell From the Sky (Nueva York: Viking, 1987). Norris presenta pruebas en apoyo de su caso de que, si la muerte de Loewenstein no fue una conspiración de rivales y asociados comerciales, existía cierto oportunismo con respecto a la muerte del magnate y su seguro. También muestra que los eventos posteriores se ignoran con frecuencia, como el hecho de que el hijo de Loewenstein, Robert, disparó a uno de los sirvientes de la familia en extrañas circunstancias alrededor de una década después de la tragedia. 

El hijo murió en un accidente de aviación en 1941 mientras servía en el Air Transport Auxiliary. Norris concluyó que Loewenstein había sido arrojado del avión por el piloto, Donald Drew, a instancias de Madeleine Loewenstein. El motivo era obtener el control de su fortuna. Sugirió que la puerta trasera del avión se eliminó por completo mientras estaba en el aire, y que más tarde se instaló un reemplazo en la playa de St. Pol.

Los escritores de crímenes Robert y Carol Bridgestock han especulado que Loewenstein fingió su propia muerte y desapareció debido a las irregularidades financieras en sus negocios. Esta teoría estaría respaldada por el hecho de que el cuerpo fue enterrado en una tumba sin nombre, y que su esposa no asistió al funeral.

Las extrañas circunstancias de su muerte provocaron que una parte de los que lo conocían pensara en un suicidio, inducido por las dificultades económicas. Otra parte lo atribuyó a un accidente; el hecho de que dejara en la silla del avión el cuello postizo, la corbata y su alfiler podían hacer pensar en que se encontró mal y quisiera tomar el aire –eso sí, de una forma imprudente–. Un informe forense concluyó que tenía el cráneo fracturado, varios huesos rotos y estaba con vida cuando impactó en el agua”.

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