¿Te ha pasado que cuando alguien te reconoce por tu esfuerzo, en lugar de sentir orgullo, sientes culpa? ¿O que evitas destacar para no incomodar a los demás?
A veces, sin darnos cuenta, cargamos con una mochila emocional que nos impide avanzar: Miedo a vernos mal, baches emocionales que nos hacen dudar, inseguridad que se disfraza de humildad, y una constante necesidad de aprobación externa.
Desde pequeños, muchos aprendimos que recibir atención o reconocimiento podía ser “presumido”, que equivocarse era “vergonzoso”, o que primero deben estar los demás y luego uno.
Esas creencias, instaladas como un virus silencioso, germinan en formas más complejas en la adultez: Miedo al fracaso, miedo al éxito, culpa al recibir, y una constante autoexigencia que jamás se detiene.
¿Y si me equivoco? ¿Y si no soy suficiente? Este tipo de pensamientos surgen justo cuando nos atrevemos a salir de la zona segura.
El miedo a fallar nos sabotea antes incluso de intentarlo. Pero, ¿qué pasaría si viéramos los errores como parte natural del crecimiento? Porque así es: Nadie llega lejos sin tropezar varias veces en el camino.
Hay personas que, aun cuando logran algo grande, sienten que fue “suerte”, que “no era para tanto”. Les cuesta apropiarse de su éxito, como si no lo merecieran. Esta sensación viene muchas veces de heridas pasadas, de mensajes aprendidos que nos hicieron sentir menos o no vistos.
Cuando no sabemos bien quiénes somos o qué valemos, buscamos en el exterior la confirmación que no tenemos por dentro. Un “¿cómo me veo?” o “¿tú qué harías?”, puede ser una forma disfrazada de pedir permiso para ser.
El problema es que vivir desde la validación externa nos vuelve frágiles, dependientes, y agotados emocionalmente.
1. Detecta tu diálogo interno: Haz consciente la forma en que te hablas. ¿Te dices cosas como “no soy suficiente”, “seguro piensan mal de mí”, “me equivoqué, qué pena”?
Cambiar la forma en que nos hablamos cambia lo que creemos de nosotros. Sustituye esas frases por otras más compasivas: “Hice lo mejor que pude”, “estoy aprendiendo”, “merezco lo bueno que llega”.
2. Celebra tus logros, por pequeños que sean: Haz una lista semanal de cosas que hiciste bien. A veces creemos que sólo valen los grandes éxitos, pero celebrar lo cotidiano —haber terminado un pendiente, haber dicho que no, haber descansado— fortalece la autoestima.
3. Pon límites al juicio externo: No todo comentario merece tu atención. Aprende a distinguir entre una crítica constructiva, y una opinión innecesaria. Lo que otros piensen no define tu valor. Entre más claro tengas lo que tú crees de ti, menos dependerás de la aprobación de fuera.
4. Practica recibir sin culpa: Cuando alguien te dé un halago, simplemente di: “Gracias”. No lo rebajes, no lo niegues. Practica aceptar lo bueno sin sentir que debes compensarlo. Recibir también es un acto de merecimiento.
Mi estimado sujeto 1,525 crecer duele a veces, pero quedarnos en la duda constante y el autosabotaje duele aún más. Reconectar con nuestro valor, aprender a vernos con cariño y soltar el miedo a brillar, es un trabajo profundo, pero posible.
Porque sí: Mereces amor, mereces reconocimiento, mereces paz… y no necesitas permiso para ello.
