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Opinión

¿Violencia de género contra la presidenta?

Siete puntos

1. Si las encuestas no mienten, todo parece indicar que el próximo 2 de junio –posterior confirmación– tendremos a una mujer como presidenta de nuestro país. Quien resulte triunfadora se convertirá en la primera persona del sexo femenino en ocupar el más alto cargo en la función pública mexicana. 

Este hecho, inédito, no me parece que haya sido suficientemente valorado, inmersos, como estamos en la natural contienda electoral, aunque empañada por la andanada de insultos y la carencia de propuestas viables por parte de las diferentes candidaturas.

2. México llega tarde a un fenómeno que ya han vivido muchos países: desde las muy conocidas Margaret Thatcher (Reino Unido), Dilma Rousseff (Brasil), Michelle Bachelet (Chile), Cristina Fernández (Argentina) y Angela Merkel (Alemania), hasta las que nos pueden resultar lejanas, como Ellen Johnson Sirleaf (Liberia), Catherine Samba-Panza (República Centroafricana), Erna Solberg (Noruega), Nicole Sturgeon (Escocia), Helle Thorning-Schmidt (Dinamarca) y Marie Louise Coleiro Preca (Malta), entre muchas otras.

3. Es cierto que, desde hace años, contamos con gobernadoras, alcaldesas, senadoras y diputadas, lo mismo que rectoras de universidades, directoras de empresas, y presencias notables en diferentes posiciones de instituciones importantes en la vida del país. Pero hasta ahora, aunque ya hemos tenido candidatas en el pasado –Rosario Ibarra, Patricia Mercado, Josefina Vázquez–, no se había presentado la clara probabilidad de que una dama fuera la primera mandataria de la nación. ¿Será el machismo que nos acompaña desde hace siglos, el que lo ha impedido?

4. Quizá. Lo cierto es que, gane quien gane de las dos contendientes, estamos ante mujeres preparadas y competentes. Sin embargo, como lo importante no es llegar sino mantenerse, habrá que revisar la gestión de la nueva presidenta, y es entonces en donde aparecerá un problema: ¿qué pasará cuando, en opinión de la comentocracia opositora, caiga en algún error –porque lo cometerá–, y sea señalada por él? ¿Se acusará a quien la critique de ejercer violencia de género? ¿El hecho de ser mujer la blindará de cualquier evaluación negativa sobre su desempeño?

5. Yo supongo que no. Y quien resulte triunfadora tendrá que soportar, con notable resiliencia, la andanada de censuras y reproches provenientes de adversarios, de uno u otro bando actuales. 

¿Qué pasará si, por ejemplo, continúa avanzando el dominio del crimen organizado en diferentes regiones del país, y alguien sostiene que a la presidenta le falta firmeza para combatirlo? ¿El cuestionamiento se podrá incluir en las clásicas ofensas que reciben las mujeres, cuando se les acusa de ser demasiado sensibles, y de actuar conforme sus hormonas?

6. Obvio que si se hace mofa de características corporales, creencias religiosas, dicción y manerismos, estaríamos ante denuestos relacionados con el género. ¿Pero si los señalamientos van en contra de su gestión, de sus decisiones y nombramientos? Menuda tarea nos espera en los próximos seis años, y tanto la dama que ocupará el Poder Ejecutivo, como sus detractores, tendrán que aprender a moverse con naturalidad en este nuevo escenario: uno en donde se definirá si la manera de disentir será o no violencia de género contra la presidenta.

7. Cierre icónico. Publica The Wall Street Journal que no hay suficientes bebés, y el mundo se está alarmando. El papa Francisco, el pasado viernes, instó a los italianos a tener más hijos. El invierno demográfico que estamos viviendo tiene su origen desde mediados de siglo pasado, cuando la paternidad responsable se entendió como disminución de la natalidad, y no como el discernimiento en pareja del número de hijos que pueden tener. Habrá que revisar, entonces, si los criterios para no procrear son generosos y conscientes, o egoístas e insensatos.

papacomeister@gmail.com

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