Domingo de Ramos y las víctimas actuales de Jerusalén Este, que ahora son palestinos

Ayer fue Domingo de Ramos. Dice la Biblia que cuando la gente de Jerusalén vio entrar triunfalmente a Jesús montando en un asno (animal que simboliza la paz) los lugareños judíos lo aclamaron como su Salvador. 
 
¿De quién esperaban los judíos que los salvara Jesús, tendiéndole mantos por el camino y ofrendándole palmas blancas y ramos de olivo y laurel (símbolos de victoria y respeto)? De sus represores romanos. 
 
El Imperio de los Césares sometía al pueblo judío y por eso las víctimas buscaban como su Salvador al Hijo de David y proclamaron Bendito al que viene en nombre del Señor. 
 
Ahora, las víctimas en Cisjordania, forman parte del pueblo palestino; las condiciones de sus vidas son cada vez más infrahumanas, y valdría la pena esperar a un Salvador que les reivindique su dignidad o que al menos haga respetar sus derechos como seres humanos. 

En diciembre pasado leí un libro formidable titulado “Jerusalén. La biografía”, del historiador Simon Sebag Montefiore y comenzaba el autor señalando que “la historia de Jerusalén es la historia del mundo, pero también la crónica de una ciudad provincial situada en las colinas de Judea y a menudo sumida en la penuria”. Nada ha cambiado. Al menos en la Jerusalén del Este, su parte oriental. 
 
Israel lleva décadas centrando su foco militar en Cisjordania, formando una maraña de asentamientos con miles de colonos en el entorno de Jerusalén. ¿Por qué? Porque los palestinos quieren hacer de Jerusalén Este, la parte oriental, con todo derecho y legitimidad, la capital de su eventual Estado. 
 
En un afán expansionista inclemente, sin freno(las cosas como son), las fuerzas militares de Benjamín Netanyahu, reducen cualquier vínculo entre pueblos y aldeas palestinas, hasta ahogarlos en el segregacionismo y la separación ruin de familias. 

Esta represión se agudizó sobre todo después de romperse las conversaciones de paz entre palestinos e israelíes, en 2014,  provocando una hambruna sobre más de un millón de palestinos que por generaciones enteras han vividos hacinados ahí, tras su expulsión en 1948 del resto de su propio territorio por lo que ahora son parias en su casa, contraviniendo todas las normas del derecho internacional.
 
Lo que hizo estratégicamente Israel fue imponer zonas militares cerradas en Cisjordania, lo mismo en Gaza y Jerusalén Este, además de la península del Sinaí y el Jordán, para impedir el libre tránsito, las relaciones comerciales e incluso los contactos afectivos de los palestinos. ¿Señal divina para el pueblo elegido? No. 

Señal de abuso de poderío e inteligencia militar. Israel aceptó que se quedaran los palestinos en Cisjordania pero haciéndoles la vida imposible; apretujándolos en cercos, restringiéndolos sus movimientos debido a los incontables puntos de control y bloqueos militares y dividiendo familias enteras. 
 
¿Por qué consiguió Hamás perpetrar sus terribles ataques en la Franja de Gaza el pasado 7 de octubre? Precisamente porque las fuerzas israelíes de Netanyahu estaban desplegadas en Cisjordania, a 50 kilómetros de donde sucedieron los atentados terroristas. 
 
Jerusalén es el centro simbólico de un territorio herido por campos militares cerrados, en una zona que una y otra vez, infructuosamente, se ha negociado entre pueblos, acordado entre religiones, conciliado entre hermanos, y que no obstante los nobles esfuerzos de mediadores, el sionismo, el nacionalismo y el populismo de Netanyahu, ha convertido en tierra quemada y donde a los palestinos no se les permite soñar para formarse como nación independiente y soberana. 

Lo que viene en el futuro próximo es un desastre humanitario de proporciones descomunales con el incremento del miedo, la tensión y el aniquilamiento de sus tierras agrícolas, empleos, educación y servicios básicos: demoliendo sus viviendas y ordenando redadas arbitrarias de palestinos. 
 
Esperemos para Jerusalén un Salvador en forma de presión internacional como las resoluciones de la ONU que declararon ilegales los asentamientos israelíes en Cisjordania (junto con otros tratados incumplidos como los Acuerdos de Oslo que habían dividido salomónicamente la zona y que quedó en nada) pero que una y otra vez Israel se los ha pasado por el arco del triunfo. 
 
De hecho, Netanyahu y su corte de fanáticos nacionalistas ha avanzado en la construcción de la ignominiosa Barrera Israelí en Cisjordania, misma que ya la Corte Internacional de La Haya había ordenado terminantemente que se desmantelara, sin ningún efecto legal concreto (sí, no solo en la frontera norte de México se cumplen este tipo de amenazas imperiales). 
 
La Intifada, esa escala de violencia que por primera vez se dio en los 80, no es en ningún sentido justificable; es una abominación, pero es la consecuencia del afán expansionista inmisericorde de Netanyahu. Mientras, miles de menores de edad, ancianos, gente noble y buena, es víctima inocente de esta violencia atroz en Jerusalén, ciudad por la que Jesús lloró, al tiempo que predecía su próxima Pasión. 
 
¿En algún momento de la historia podremos salvar a esta gente de su espantoso sufrimiento y levantar por ellos las palmas y los ramos que simbolizan el triunfo de la vida sobre la muerte? 

Que así sea, para que acabemos también por conjurar el augurio milenario de que en Jerusalén comenzará el Apocalipsis.