1. Harto revuelo desató en sectores católicos la playera –confeccionada por “Camisetas Pendejas” (sic)– que promocionaron funcionarios de la actual administración federal. ¿La causa del malestar? La imagen de la Santa Muerte. Tal devoción, condenada lo mismo por la Iglesia católica que por confesiones protestantes, se asocia al narcotráfico. La prenda en cuestión, además, mostraba la leyenda: “Un verdadero hombre nunca habla mal de López Obrador”. El presidente restó importancia al hecho, y lo calificó como una expresión de la libertad de cultos.
2. A diferencia de los religiosos, molestos por la figura de la calaca, me detengo en la frase que la acompaña. Concedamos que el vocablo “hombre” es incluyente, y se refiere lo mismo a varones que a mujeres. La locución establece una relación intrínseca entre la masculinidad-feminidad de una persona con sus referencias verbales al actual Presidente de la República. Hablar mal de él demerita la condición humana; hacerlo bien la exalta. Sin embargo, surge la pregunta: ¿por qué “hablar mal” –lo que signifique– del primer mandatario nos disminuye como varones o mujeres?
3. Antes de intentar una respuesta, habría que definir lo que debemos entender por “hablar mal”. Suponemos que, de acuerdo a la polarización reinante en estos últimos cinco años, significaría criticar al protagonista de “las mañaneras”, cuestionar sus decisiones, señalar sus errores –que, como todo funcionario público, los ha tenido–, objetar sus proyectos. Hablar bien sería lo contrario y, de acuerdo a los promotores de la consigna, nos reconciliaría con nuestra esencia humana. El problema es que, tal conclusión, dista mucho de lo que han propuesto…
4. … pensadores como Paulo Freire, por ejemplo, quien dividió nuestra conciencia en fanática, ingenua y crítica. Obvio que esta última es la que nos distingue como seres humanos, la que nos convierte en verdaderos varones o mujeres, pues nos permite explotar todas nuestras capacidades. En el mismo tenor, representantes de la teoría crítica alemana –Adorno, Benjamin, Horkheimer, Marcuse y, especialmente, Habermas- la sugieren para cuestionar las estructuras políticas y sociales tradicionales, encontrando sus áreas de oportunidad para transformarlas.
5. La filosofía contemporánea, entonces, no comparte lo que opinan las huestes de la 4T. No es negando la realidad ni distorsionándola como lograremos la plenitud de nuestra humanidad; no es aplaudiendo sin pensar, aprobando sin analizar, concediendo sin discernir como seremos mejores varones y mujeres. Lo nuestro, lo que nos distingue de animales y vegetales, es el cuestionamiento, la pregunta inquisitiva aunque incómoda, el disenso y la controversia racional.
Renunciar a ello, eso sí, no nos permite ser verdaderos seres humanos.
6. No, entonces. El affaire con la camiseta de la Santa Muerte no fue ni su vinculación al narcotráfico ni su desaprobación eclesiástica. Eso ya se daba por sentado. El tema es cómo nos distrae de lo que sí es verdaderamente peligroso: calificar a los adversarios del actual proyecto como falsos seres humanos, ensalzando de paso a quienes renuncian a su capacidad crítica, para obsequiar una aprobación no sujeta al necesario filtro del análisis. No estamos ante un conflicto religioso, sino antropológico y electoral. Que no nos distraigan.
7. Cierre icónico. Participé hace dos domingos en el maratón de Londres, y me llamó la atención cómo la ciudad entera se vuelca alrededor del evento. ¿Les interesa sobremanera promover el deporte? No lo sé. Lo cierto es que la derrama económica es impresionante, pues éramos 50,000 corredores, extranjeros, poco más de la mitad. Sigo sin entender por qué los municipios de Monterrey y San Pedro no sólo no apoyan nuestro maratón de diciembre, sino que le ponen infinidad de trabas. Si no lo hacen por favorecer el ejercicio, al menos por el turismo. En fin.
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