La economía mexicana volvió a contraerse. Según el INEGI, el PIB cayó 0.3% en el tercer trimestre de 2025, confirmando lo que muchos analistas ya preveíamos: México está estancado. No es una crisis repentina, sino una degradación silenciosa que el gobierno intenta disfrazar de “bienestar social”, mientras la inversión y la productividad se desmoronan.
El discurso oficial celebra que el crecimiento anual cerrará en torno a 0.5%, pero eso —hay que decirlo con claridad— es prácticamente crecimiento cero. No hay generación de riqueza real ni mejoras sostenibles en el bienestar; solo transferencias, subsidios y estadísticas que maquillan una realidad incómoda.
LOS MOTORES DEL FRENÓN ECONÓMICO
El sector industrial —minería, construcción y manufactura— cayó casi 3%, reflejo de un clima generalizado de desconfianza. Las causas son profundas.
Por un lado, la inseguridad jurídica. Reformas como la del Poder Judicial y la nueva Ley de Amparo, han desmantelado las pocas garantías que quedaban para defenderse del poder político. Hoy, una empresa en México sabe que, si el gobierno decide expropiarla, multarla o inventarle un adeudo fiscal, ya no tiene mecanismos efectivos de protección. Y sin certidumbre legal, la inversión huye.
Por otro lado, el encarecimiento del empleo formal. Los aumentos al salario mínimo y las nuevas obligaciones patronales han provocado que miles de empresas se den de baja del IMSS. Algunas cierran; otras migran a la informalidad. El resultado es más desigualdad: corporativos con tecnología y capital frente a una masa creciente de microempresas informales que apenas sobreviven.
FACTORES EXTERNOS E INCERTIDUMBRE POLÍTICA
A nivel global, Donald Trump vuelve a agitar el panorama. Sus amenazas de nuevos aranceles y la próxima renegociación del T-MEC, prevista para 2026, detienen inversiones que buscaban aprovechar el nearshoring. El Fondo Monetario Internacional estima que México no volverá a crecer más de 2% anual sino hasta 2027, y eso en el mejor de los casos.
Lo paradójico es que el propio gobierno que criticaba el “neoliberalismo” por su bajo crecimiento ahora presume un desempeño peor, justificándolo con la narrativa del “bienestar”. Pero el bienestar no se decreta: se construye con inversión, productividad y confianza institucional.
ESTANFLACIÓN: LA ENFERMEDAD SILENCIOSA
México no está en recesión técnica, pero vive algo más corrosivo: estanflación. La economía no crece, pero los precios sí. La inflación de 3% o 4% parece baja, pero, acumulada, destruye el poder adquisitivo con el tiempo.
Un ejemplo: el billete de mil pesos emitido en 2008 hoy vale apenas 470 pesos en poder de compra. Más de la mitad de su valor se esfumó. Por eso es un error temer al billete de dos mil pesos: su aparición no causaría inflación; es su síntoma. El verdadero origen está en el gasto público excesivo y en un sistema monetario basado en deuda que se renueva a sí misma como una espiral infinita.
TASAS DE INTERÉS Y CASTIGO AL AHORRO
El Banco de México continuará bajando tasas, siguiendo la tendencia de la Reserva Federal. Eso abarata el costo del dinero para el gobierno, pero erosiona los rendimientos de los ahorradores. En 2026, la nueva retención fiscal de casi 1% sobre intereses reducirá aún más la rentabilidad de los Cetes y otros instrumentos tradicionales. El mensaje es claro: ahorrar en pesos es perder poder adquisitivo lentamente.
CONCLUSIÓN: EL CRECIMIENTO NO SE DECRETA
México necesita recuperar una visión de largo plazo. Mientras el Estado siga privilegiando subsidios sobre productividad, gasto sobre inversión y control político sobre libertad económica, seguiremos atrapados en este círculo vicioso de bajo crecimiento y alta inflación.
El país no necesita más discursos sobre bienestar, sino más incentivos para producir, invertir y crear empleo formal. El futuro no se improvisa: se construye con instituciones sólidas, ahorro inteligente y educación financiera.
Quien entienda esto a tiempo no solo protegerá su patrimonio, sino que se volverá más rico mientras los demás siguen creyendo en el espejismo del bienestar.
