En medio de la crisis de ingobernabilidad por los crímenes en el país, la presidenta sufre acoso de un capitalino. Sucedió frente a Palacio Nacional. Si fue una cortina de humo, les salió el tiro por la culata.
Ante la urgencia por mostrar que es falsa la afirmación de que México está en condición de Estado fallido, la Presidenta camina de Palacio Nacional a la SEP, según Google Maps, un recorrido de 500 metros a pie. Pareciera que sus guardias no tomaron en cuenta cuán insegura es la zona, un espacio de alta peligrosidad para deambular, así seas la presidenta y vayas con guaruras.
De inmediato circularon versiones relativas a un montaje. Aseguran que el tipo que besó y agarroteó a la presidenta es alguien usado en tiempos del presidente López; incluso hay quienes aseguran que forma parte de las fuerzas castrenses.
¿Montaje para qué? Aseguran los conspiracionistas que la crisis en Michoacán, a causa de la muerte de un líder limonero y del alcalde de Uruapan, obligó a pensar en distractores.
De ser un distractor, el ejercicio es pésimo: lo sucedido sólo agrega más combustible al fuego incontrolable.
Morena se colapsa, lo mismo en el Golfo que en el Pacífico. Por un lado, Tabasco y Adán Augusto, vinculado por la oposición y por las circunstancias a los grupos delincuenciales de esa entidad que gobernó. Por la zona caliente del Pacífico, al gobernador de Sinaloa y a su vecino de Michoacán se les atribuye cercanía con grupos criminales.
Pensar que el acto de acoso fue sembrado parece infantil. Claro que, si vemos cómo cundió rápidamente el video sin explicar quién lo tomó y sin que nadie se preocupe por profundizar en el perfil del besucón, entonces el conspiracionismo de los detractores cobra fuerza.
Dos reflexiones aplican de este enojoso incidente:
Primero: Si es cierto —y un servidor no tiene elementos para dudar— que el acosador andaba ebrio y se acercó tanto a la Presidenta que pudo besarle el cuello y rodear su esbelto cuerpo con los brazos por el talle, entonces sí estamos ante una catástrofe de seguridad en el país.
Es inconcebible que la zona del Centro Histórico en la CDMX, donde se concentran los poderes políticos del país y de ese estado, sea un sitio inseguro para deambular. Quienes lo hemos caminado sabemos que, al caer el sol, la zona se convierte en tierra de nadie y que, durante el día, los miles de turistas y capitalinos que por ahí transitan deben estar en extremo atentos ante el peligro de un asalto con violencia.
La presidenta vivió lo que viven 130 millones de mexicanos: el temor de no poder caminar frente a tu casa sin correr peligro. Observar cómo, frente a la sede del poder político y gubernamental de este país, hay ebrios capaces de atacar a una mujer en su pudor, de robar a mano armada o de cometer cualquier tipo de crimen, despierta un sentimiento de fragilidad.
Segundo: si aquello es un montaje, escogieron la peor de las opciones. Quizá buscaban la solidaridad con la mandataria, y eso se logró, porque ningún hombre o mujer de este país aprobará lo sucedido. Por el contrario, alegra saber que no pasó a mayores y ofende cómo cualquier pelafustán puede agredir a una mujer en la zona del país más transitada, vigilada y reconocida en el mundo, todo a plena luz del día.
Que se aplique la ley al sujeto y conozcamos su perfil. Prueben la falsedad ante las versiones complotistas o, de lo contrario, el peor ultraje a una mujer será empañado por el sospechosismo. Más grave aún: si la presidenta está indefensa ante un ataque, ¿qué esperan los 65 millones de mujeres restantes en México?
