México vive un momento muy álgido en las relaciones diplomáticas. Debe quedar bien con Dios y con el diablo sin perder el decoro. Desde tiempos de la Guerra Fría, el mundo no experimentaba condiciones tan difíciles.
Podemos definir la geopolítica como el estudio de las relaciones entre naciones —y al interior de estas—, y cómo dichas relaciones sostienen una dialéctica con la interacción humana entre los países y el territorio, la economía, política, migraciones, cultura y otros elementos influyen en el poder y en sus manifestaciones internacionales.
Partiendo de esta definición previa de geopolítica, México vive una intensa interacción con EUA por evidentes razones fronterizas que condicionan el comercio y la seguridad en ambos lados de la frontera. La migración y el trasiego de drogas impactan a los dos países.
Por otro lado, la presencia de gobiernos ideologizados ambos territorios —condición no presente desde décadas atrás— favorece los disensos. En ambos casos, el nacionalismo exacerbado, el populismo y las ideas preconcebidas interfieren en las relaciones internacionales, al grado que, por momentos, pareciera que se incendia Troya.
En EUA se gobierna desde una postura proteccionista respecto a su economía; en México, con distancia, rencor y desconfianza hacia el sector empresarial, al que se le utiliza como referente de los males que aquejan a la nación. Esta pequeña diferencia impacta en la visión de país, lo que conlleva a que las inversiones tomen distintos rumbos en cada nación.
En el aspecto político, ambos gobiernos son altamente ideologizados: uno convencido de que el enemigo de su nación es la izquierda que creció con los gobiernos previos; el otro, con un pensamiento similar, sólo que haciendo hincapié en los gobiernos de derecha.
Desde hace siete años, México se ha definido como simpatizante, afín, cercano y empático con el gobierno ruso. Basta recordar que el expresidente mexicano de izquierda justificó la invasión a Ucrania y jamás reprochó los ataques ni las muertes de civiles en el país invadido, todo bajo la supuesta empatía con el gobierno dictatorial de Putin y en distanciamiento con el gobierno vecino.
Ideológicamente, no existe identidad entre México y Rusia, pero la denominada izquierda mexicana asume que Putin es heredero de aquel viejo estatismo dictatorial soviético disfrazado de socialismo que, dicho sea de paso, nunca fue tal, sino un régimen estatista y absolutista.
Nuestro país demanda cercanía con los vecinos del norte, tanto por la frontera que compartimos como por los problemas en común: drogas, armas, violencia, y más.
El presidente del país vecino se reunió recientemente con Putin, y el resultado fue de poco o nulo provecho. Lejos de acercamientos, la conclusión fue un mayor distanciamiento. Esto no ha sido afirmado, pero los sucesos posteriores al encuentro en Alaska así lo dejan ver: Putin se reunió en bloque con los países rivales de nuestro vecino.
China fue sede del amistoso encuentro del bloque oriental, conformado por el anfitrión, Rusia, India y Corea del Norte: cuatro potencias con líderes están alejados de Washington.
Hablar de un bloque anti-América es algo osado, pero un elemento de convergencia es la rivalidad en diversos temas con nuestro vecino.
¿Dónde queda México? Cercano en afectos ideológicos con Rusia, China y Corea del norte, pero cercano —por su necesidad— al vecino del norte.
Vivimos una encrucijada: ¿qué hacer?, ¿manifestar simpatías a los llamados de izquierda por afinidad ideológica o seguir en alianza con el país más poderoso del mundo?
