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Opinión

La fe es la virtud que hace al cristiano. Ser cristiano es acoger y custodiar, un vínculo con Dios: Dios y yo; mi persona y el rostro amable de Jesús.

Siguiendo al Papa

El Papa Francisco: La fe es la virtud que hace al cristiano. Ser cristiano es acoger y custodiar, un vínculo con Dios: Dios y yo; mi persona y el rostro amable de Jesús. Del 26 de abril al 2 de mayo de 2024.
 
Audiencia general. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy quisiera hablarles de la virtud de la fe. Como la caridad y la esperanza, esta virtud se llama “teologal”. ¿Por qué son teologales? porque sólo podemos vivirlas gracias al don de Dios. Las tres virtudes teologales son los grandes dones que Dios hace a nuestra capacidad moral.

Sin ellas, podríamos ser prudentes, justos, fuertes y templados, pero no tendríamos ojos que ven incluso en la oscuridad, no tendríamos un corazón que ama incluso cuando no es amado, no tendríamos una esperanza que osa contra toda esperanza.

¿Qué es la fe? El Catecismo de la Iglesia Católica, nos explica que la fe es el acto por el cual el ser humano se entrega libremente a Dios (n. 1814). En esta fe, Abraham fue nuestro gran padre.
Cuando aceptó dejar la tierra de sus antepasados para dirigirse a la tierra que Dios le mostraría, probablemente se le juzgó loco: ¿por qué dejar lo conocido por lo desconocido, lo seguro por lo incierto?

Pero, ¿por qué hacerlo? ¿Está loco? Pero Abraham se pone en camino, como si viera lo invisible. Esto es lo que la Biblia dice de Abraham: “Se puso en camino como si viera lo invisible”. Esto es hermoso.

Y seguirá siendo lo invisible, lo que le hace subir al monte con su hijo Isaac, el único hijo de la promesa, que sólo en el último momento se librará del sacrificio. Con esta fe, Abraham se convierte en el padre de una larga estirpe de hijos.

Hombre de fe fue también Moisés, que, aceptando la voz de Dios incluso cuando más de una duda podía asaltarlo, permaneció firme confiando en el Señor. Mujer de fe será la Virgen María, quien, al recibir el anuncio del Ángel, y arriesgado, responde: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

Y con el corazón lleno de fe, con el corazón lleno de confianza en Dios, María emprende un camino del que no conoce ni la ruta ni los peligros. La fe es la virtud que hace al cristiano.

Porque ser cristiano no es ante todo aceptar una cultura, con los valores que la acompañan, sino que ser cristiano es acoger y custodiar, un vínculo con Dios: Dios y yo; mi persona y el rostro amable de Jesús.

Este vínculo es lo que nos hace cristianos. A propósito de la fe, me viene a la mente un episodio del Evangelio. Los discípulos de Jesús están cruzando el lago y se ven sorprendidos por una tormenta.

Creen que podrán salir adelante con la fuerza de sus brazos, con los recursos de su experiencia, pero la barca comienza a llenarse de agua y les entra el pánico (cfr. Mc 4,35-41). Jesús duerme, dice el Evangelio.

Cuando por fin lo despiertan, asustados e incluso enfadados porque creen que Él les deja morir, Jesús les reprende: “¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?” (Mc 4,40). He aquí, pues, el gran enemigo de la fe: No es la inteligencia, no es la razón, sino que el gran enemigo de la fe es el miedo.

Por eso, la fe es el primer don que hay que acoger en la vida cristiana: Un don que es preciso acoger y pedir cada día, para que se renueve en nosotros. Cuando nuestros padres nos llevaron a la pila bautismal, anunciaron el nombre que habían elegido para nosotros: Y luego el sacerdote les preguntó: “¿Qué le piden a la Iglesia de Dios?”.

Y nuestros padres respondieron: “¡La fe, el bautismo!”. Con ella, un padre sabe que, incluso en medio de las pruebas de la vida, su hijo no se ahogará en el miedo. He aquí el enemigo es el miedo.

Jesús podría reprendernos con frecuencia, como a sus discípulos, por ser “hombres de poca fe”. Porque quien tiene fe está habitado por una fuerza que no es sólo humana; en efecto, la fe “suscita” en nosotros la gracia y abre la mente al misterio de Dios.

Como dijo una vez Jesús: «Si tuvieran un poco de fe como un granito de mostaza, podrían decir a esa morera: “Arráncate y plántate en el mar”, y les obedecería.» (Lc 17, 6). Por eso también nosotros, como los discípulos, repetimos: Señor, ¡aumenta nuestra fe!

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