Hace unos días, en sesión, una joven adulta me contaba cómo, casi sin notarlo, había pasado gran parte de su vida cumpliendo un papel dentro de su familia. “Yo era la fuerte, la que siempre tenía que resolverlo todo”, dijo con una mezcla de cansancio y alivio. En ese instante entendió que no sólo había actuado desde ese rol, sino que había vivido de acuerdo con él.
A veces, descubrirlo provoca una sensación extraña: Algo entre tristeza y claridad. Tristeza por el tiempo en que no supimos hacerlo diferente, y claridad por reconocer que ahora sí podemos cambiarlo. Ese momento suele ser el inicio de un proceso profundamente liberador.
En terapia, a eso que guía silenciosamente nuestras decisiones lo llamamos guión de vida. Es como un libreto interno, un plan inconsciente que comenzamos a escribir desde muy pequeños, cuando apenas aprendíamos a entender el mundo y a nosotros mismos dentro de él.
Este guión se forma a partir de las experiencias tempranas, de los mensajes que recibimos —algunos amorosos, otros dolorosos— y de las conclusiones que sacamos sobre lo que se espera de nosotros. Esas frases invisibles quedan grabadas: “No te equivoques”, “sé fuerte”, “no molestes”, “cuida a todos”.
Con el tiempo, esas creencias se convierten en decisiones profundas: Elegimos cómo amar, cómo defendernos, cómo no pedir ayuda. Y lo más curioso es que seguimos actuando desde esas decisiones sin darnos cuenta de que pertenecen a una etapa que ya quedó atrás.
Nombrar el guión es un paso esencial. Porque al ponerle palabras, le damos forma, lo sacamos de la sombra. Ya no es sólo una sensación de “así soy yo”, sino un mapa que podemos observar con distancia y preguntarnos: ¿Realmente quiero seguir este camino?
La verdad es que muchos de nosotros seguimos actuando conforme a reglas que nunca elegimos conscientemente. Y es que, en el fondo, todos tenemos un guión familiar o emocional que intenta mantenernos a salvo, aunque a veces nos limite, o nos canse más de lo que ayuda.
Por eso, la terapia no busca culpar al pasado, sino comprenderlo. Entender que ese guión tuvo una función: Protegernos, darnos sentido. Pero cuando crecemos, necesitamos revisar esas líneas y decidir cuáles aún encajan con la vida que queremos construir.
Y aquí viene lo más importante: El guión se puede reescribir. Cada proceso terapéutico es una invitación a hacerlo. No se trata de borrar lo vivido, sino de narrarlo desde un lugar más consciente, más compasivo, más libre.
La simple acción de reconocerlo, de mirarlo, es decir, existe, y ese que no soy yo, ese no quiero ser yo, agradezco lo que este guión me ayudó a alcanzar, agradezco a los padres que me dieron ese papel, porque en su vida era lo que me podían dar, pero hoy decido hacerlo diferente.
Porque cuando una persona se atreve a escribir una nueva versión de su historia, deja de repetir lo aprendido por costumbre, y empieza a elegir con intención. En ese instante, deja de actuar un papel… y comienza, de verdad, a vivir su propia vida.
