Cada 15 de mayo, México detiene su ritmo cotidiano para rendir homenaje a quienes, día tras día, se dedican a la tarea más noble y transformadora de todas: educar.
En el Día del Maestro, celebramos a las mujeres y hombres que, con vocación y entrega, moldean la conciencia de las nuevas generaciones. Pero, más allá del homenaje anual, es urgente reflexionar sobre el lugar que ocupan las y los docentes en la vida pública del país y, sobre todo, en el proyecto de nación que aspiramos a consolidar.
En los salones de clase no solo se enseñan letras, números o fechas históricas: se construyen valores, se forma ciudadanía, se teje el sentido colectivo de pertenencia.
Las maestras y maestros no solo imparten conocimientos; también acompañan, inspiran, contienen y orientan. En miles de comunidades rurales, en escuelas multigrado o en planteles urbanos marcados por la desigualdad, el docente es, muchas veces, si no la única, sí la figura institucional más importante del Estado que los niños y niñas conocen. Por eso, afirmar que el magisterio es uno de los pilares de nuestra sociedad no es una frase dicha a la ligera, sino una realidad profunda.
Por ello, ese reconocimiento no puede ni debe quedarse en discursos emotivos, ceremonias conmemorativas o publicaciones en redes sociales. La verdadera revalorización del trabajo docente pasa por garantizar condiciones laborales dignas, estabilidad en el empleo, salarios justos, formación continua y pleno respeto a sus derechos laborales y humanos.
No se puede construir justicia social si se margina o precariza a quienes sostienen el sistema educativo.
Desde su inicio, el proyecto de la Cuarta Transformación asumió esta deuda histórica con el magisterio. Se impulsaron políticas que permitieron la basificación de miles de docentes en el país; se crearon programas para la mejora educativa y de su infraestructura; se ha procurado un aumento salarial sustantivo y sostenido; se han mejorado sus prestaciones sociales, y se ha avanzado hacia una nueva relación de respeto y diálogo con las organizaciones sindicales, reconociendo al magisterio como un actor estratégico de representación del sector.
Hoy seguimos comprometidos con ese rumbo.
En el Senado de la República hemos respaldado presupuestos que fortalecen la educación pública y que incrementan los recursos destinados al pago y profesionalización del personal docente. Hemos impulsado reformas que colocan el bienestar del magisterio en el centro de la política educativa, con la firme convicción de que no puede haber transformación profunda sin educación pública sólida, ni educación sólida sin maestras y maestros reconocidos y dignificados.
Sabemos que falta mucho por hacer.
Persisten rezagos en infraestructura, desigualdades entre regiones, retos en materia de actualización pedagógica y condiciones laborales que deben mejorar, particularmente en los niveles básicos. Pero también sabemos que contamos con la sociedad mexicana y, sobre todo, con las y los maestros como aliados fundamentales para seguir construyendo un país más justo, libre y democrático.
No se puede hablar de futuro sin hablar de quienes lo enseñan. No se puede escribir la historia de México sin reconocer a quienes enseñaron a escribirla: la labor diaria de miles de maestras y maestros que, muchas veces en el anonimato, en condiciones adversas, en comunidades alejadas, siembran conocimiento, valores y esperanza.
Desde mi responsabilidad como legislador, reitero mi compromiso de ser un aliado permanente del magisterio. Seguiré impulsando iniciativas que fortalezcan sus derechos, que dignifiquen su profesión y que garanticen una educación pública, gratuita y de calidad para todas y todos.
Porque la transformación no se decreta: se enseña, se aprende y se construye. En esa tarea, las maestras y maestros son, y seguirán siendo, la base sobre la que se levanta el México que soñamos.
