Desde la Convención Nacional Bancaria quedó claro que México se encuentra en un momento clave para redefinir el rumbo de su desarrollo económico.
No fue una reunión más entre funcionarios y empresarios; fue la confirmación de que existe un consenso amplio en torno a la importancia del Plan México, impulsado por la presidenta Claudia Sheinbaum, como hoja de ruta para el crecimiento del país. Un plan que no sólo reconoce la necesidad de fortalecer al Estado, sino que coloca a la inversión privada como un motor esencial del desarrollo.
Como senador y testigo de este diálogo, celebro la manera en que la presidenta presentó los pilares de su propuesta económica. Lejos de discursos abstractos, Sheinbaum fue clara: para que México crezca de manera sostenida y equitativa, es necesario facilitar el acceso al crédito, apostar por las pequeñas y medianas empresas, y generar condiciones de certidumbre que permitan al capital —nacional y extranjero— confiar en nuestro futuro. En esa dirección, el Plan México no es sólo un instrumento técnico, sino una apuesta política por una economía más inclusiva, más fuerte y mejor articulada entre lo público y lo privado.
Lo más relevante de la jornada fue, sin duda, el ambiente de confianza que se respiró entre los actores clave del sistema financiero y empresarial. Estuvieron presentes la gobernadora del Banco de México, el secretario de Hacienda, gobernadores, miembros del gabinete federal y empresarios de todo el país. La recepción al mensaje presidencial fue positiva, y no es para menos: hoy, más que nunca, hay condiciones reales para un gran acuerdo nacional por la inversión.
De esta convención me llevo tres reflexiones fundamentales:
Primero, la certidumbre financiera de México depende tanto de políticas públicas federales como de la corresponsabilidad del sector privado. No se puede pensar en crecimiento sin estabilidad, y no puede haber estabilidad si no existe una visión compartida de hacia dónde vamos. Afortunadamente, esta visión existe, y el Plan México comienza a ser ese punto de encuentro entre los actores que deciden, financian, emprenden y ejecutan.
Segundo, el acceso al crédito debe ser el eje articulador de la economía nacional. No podemos permitir que las micro, pequeñas y medianas empresas —que generan más del 70% del empleo en el país— se ahoguen en burocracia o se queden fuera del sistema financiero. Democratizar el crédito es una tarea urgente. No se trata sólo de abrir más ventanillas, sino de generar productos financieros accesibles, seguros y adaptados a la realidad de cada región y sector.
Y tercero, hay que reconocer el peso y el valor de la inversión nacional. Mucho se habla del nearshoring y de la llegada de capitales extranjeros —que, sin duda, son importantes—, pero no podemos perder de vista un dato revelador: por cada peso que llega del exterior, 14 pesos provienen de la iniciativa privada nacional. Esta es una muestra clara de que los empresarios mexicanos están apostando por su país. Es momento de hacer visible ese esfuerzo y generar políticas públicas que lo acompañen, potencien y reconozcan.
La invitación que recibí a este encuentro no fue sólo un honor, sino también una oportunidad para constatar que México tiene con qué salir adelante. El Plan México representa una oportunidad histórica para modernizar nuestra economía sin dejar a nadie atrás. Un país con estabilidad política, una economía con rumbo y un gobierno que tiende puentes con el sector productivo es un país que camina hacia un mejor futuro. Desde el Senado, seguiré acompañando este esfuerzo con responsabilidad y compromiso.
El crecimiento económico no se decreta; se construye todos los días con decisiones valientes, con diálogo y con visión de largo plazo. México ya empezó ese camino. Que no se detenga. ¿Estará el sector privado a la altura del momento? Todo indica que sí. Ahora, a trabajar.
