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Opinión

¿Razón o sentimiento?

Siete puntos

1. La filosofía moderna –atención: no es la de moda, sino la que va desde Descartes hasta los discípulos de Hegel, entre los siglos XVI y XIX– apostó por la razón como el elemento clave de la convivencia social. Europa venía desprendiéndose de la tutela eclesiástica, y el Renacimiento trajo consigo no sólo la explosión de las artes, sino un descubrimiento de avances científicos acelerados. En este contexto, discernir se convirtió en algo mucho más importante que sentir, y las tareas desempeñadas por el intelecto se valoraron más que los movimientos propios del corazón.

2. Tal racionalismo privó hasta finales del pasado milenio, y generó, como péndulo conciliador, la atención al sentimiento, no sólo para balancear los énfasis en el estudio del comportamiento humano, sino para enriquecer las decisiones que tomamos: es mejor atender en igual grado a la razón y al sentimiento, y no sólo a ella, a la hora de optar. 

Fue como surgió la inteligencia emocional –cfr. Daniel Goleman–, que nos ha venido ayudando a gestionar nuestra respuesta racional a las emociones, propias o ajenas, presentes en cada momento de nuestras vidas.

3. Sin embargo, aceptando ese necesario equilibrio, existen ocasionen en las que prevalece uno de los dos. Ayudar a una persona en serios apuros, por ejemplo, nos mueve a la misericordia, sin detenernos en las causas de su desgracia. Puede ser que se merezca la tragedia, pero ello no impide que lleguemos en su auxilio. Por otra parte, cuando una jovencita se enamora de un muchacho delincuente, le pedimos que razone, que le meta cabeza, para no embarcarse en una relación tóxica. Menos corazón y más razón, le aconsejamos.

4. Este último distingo, me parece, nos vendrá muy bien a la hora de votar el próximo dos de junio: meterle más raciocinio y menos intestino, más pienso y menos siento. Pensar cuál de las candidatas o candidato a la presidencia le conviene al país es el criterio definitivo para normar nuestro voto, y no podemos dejarnos llevar por sentimientos favorables o contrarios a quienes se han postulado. Las simpatías o antipatías son malas consejeras, por lo que es mejor utilizar frente a la urna una de nuestras capacidades más distintivas de los demás seres creados: el raciocinio.

5. Pero las campañas no nos ayudan. Primero, por la reiteración de spots machacones hasta el cansancio. Las repeticiones no ayudan, más bien perjudican, pero eso no opinan los sabios mercadólogos. Además, y en el colmo del pragmatismo, ellos aconsejan buscar la emoción de los votantes, indagando en los rivales defectos, secretos inconfesables, desvío de recursos económicos, propiedades no declaradas, y toda una serie de ambigüedades convertidas en dardos venenosos contra el enemigo. Pomposamente se llama este método “go negative” contra…  

6. … quien va en la punta. La apuesta, entonces, no es por elevar el debate, no por demostrar que se es más competente, no por ofrecer propuestas de acciones viables, capaces de sacarnos del atolladero en el que estamos en materia de seguridad, salud, educación, medio ambiente, etc., sino lo que se pretende es denostar al rival, encontrarle sus defectos, más que exaltar las propias virtudes. Ojalá escapemos a esta dinámica y no nos dejemos arrastrar por una estrategia que desdice mucho del sentido original de la participación política: buscar el bien común.

7. Cierre icónico. ¿Es cuestión de ver el vaso medio lleno o medio vacío? No. La Secretaría de Gobernación acaba de bajar el número de personas desaparecidas. De las casi 115,000 que había reportado la Comisión Nacional de Búsqueda, la autoridad informa que “sólo” son 100,000, las que un día salieron de su casa y ya no regresaron. No es un vaso medio vacío. Es una tragedia para las familias que todavía esperan a sus seres queridos o, al menos, que les entreguen sus cuerpos para poderlos velar. ¿La próxima presidenta si tomará la pala para buscarlas? Veremos.

papacomeister@gmail.com

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