Volví a visitar Pangea, una joya de nuestra ciudad.
Dicen que uno siempre vuelve a donde fue feliz. Sobra decirles que yo soy feliz comiendo… Así pues, recientemente tuve la oportunidad de volver a visitar Pangea. Ya hacía tiempo que no lo hacía, así que fuimos con mucha anticipación, sobre todo porque unos días antes había visto una publicación del Chef Morali sobre un postre de mamey.
Ya en alguna ocasión había dedicado este espacio al parteaguas que representa Pangea en la gastronomía de nuestra ciudad. El éxito internacional en el que se convirtió, refrendado por su aparición en la prestigiosa lista de World’s 50 Best Restaurants en su edición latinoamericana, se vio claramente confirmado el año pasado, al convertirse Pangea en uno de los, ahora, 23 restaurantes galardonados con estrella Michelin.
Mucho se ha hablado de que los restaurantes suelen cambiar una vez que reciben la muy codiciada estrella. Sin embargo, sentí que entraba en el mismo restaurante que hace un par de años. Claro, con nuevos platillos y nuevas caras.
Con las ganas que teníamos de ir a Pangea, no pensamos en que casualmente esos días varios de nosotros no estábamos en plenitud de nuestras facultades… para la comilona.
Al menos tres de los cinco que fuimos. Nos tuvimos que quedar con las ganas de probar el menú de degustación. Mi esposa y mi niña pidieron un clásico: La crema de queso y mi niña hasta pidió una segunda orden.
Mi madre, por su parte, también ordenó la sopa de queso, y la complementó con un tartare de res. Al final, los que más comimos fuimos mi hermano y yo. Él comió casi todo lo que yo traía ganas de probar: El aguachile y el rotolo de cordero del menú del día.
Yo la verdad quise ser solidario con mi esposa y no pedir platillos que a ella le habría gustado probar, o que se podría haber animado a degustar: Una ensalada de betabel y los bucatini hechos en casa. No quise pedir el menú del día porque, como les decía, ya le tenía el ojo echado al postre de mamey.
Tenía miedo de que el dichoso postre hubiese sido parte de un menú de un evento, o del menú de degustación, pero para mi fortuna, sí está disponible en la carta.
Para terminar nuestra cena, mi hermano pidió el financier de chocolate, un postre que ya podríamos considerar clásico de Pangea. Mi mamá probó el milhojas de manzana, que ha de haber estado muy bueno porque ni probar nos dejó, y yo probé mi anhelado mostachón de mamey.
A la mesa, llegó también una pavlova de frutos rojos que mi hija, fanática de Bluey se dispuso a devorar.
Como les decía, me quedé con ganas de probar muchas cosas ese día, sin embargo, ese postre de mamey hizo que la visita valiera la pena. Tanto así que consideraría que vale la pena ir tan sólo a pedirlo.
Pangea sigue siendo sin duda un gran restaurante. Merecedor de sus galardones y un tesoro de nuestra ciudad.