La ciencia del bienestar dice que comer sí nos hace felices.
No cabe duda que comer nos causa felicidad, el problema de sentirnos bien con la comida es que, por un lado, el placer que nos deja, al igual que la comida misma, es pasajero. Por otro lado, algunos gustos, pueden hacernos daño si no los equilibramos.
No podemos negar que el exceso en la comida, es malo, tan malo, que es considerado un pecado. Podríamos pensar, entonces, que la felicidad no se encontrará en esos pequeños placeres.
Desde hace relativamente poco, un grupo de psicólogos se ha abocado al estudio de lo que nos hace felices. Martin Seligman, uno de los padres de esta corriente, propuso un modelo de bienestar conocido como PERMA, donde la “E” representa las emociones positivas.
Comernos algo que nos guste mucho, compartir una cena con gente cercana o incluso esos pequeños “placeres culposos”, son experiencias que activan precisamente esas emociones.
Otro de los grandes exponentes de la psicología positiva, Tal Ben-Shahar, sugiere que la felicidad está en la combinación de estos placeres, con tener un propósito en la vida. Entonces, podríamos pensar que la comida, no sólo es un detonante de placer, sino un elemento realmente importante para alcanzar la felicidad.
Preparar, regalar comida o compartir los alimentos con quienes queremos, ya no son actividades que hacemos por el puro gusto que nos da el bocado, sino que nos permiten conectar con otras personas, y apapacharlas, buscamos el bienestar de los demás. ¿Hay algún propósito más noble?
Pensar en la comida como un elemento del bienestar no es algo nuevo. La comida es necesaria para el cuerpo y estar bien físicamente es también un componente importante de la felicidad.
Más allá de esta cualidad innegable de la comida, le hemos atribuido también propiedades extraordinarias a la comida como el caldo de pollo de mamá que cura casi todo mal. Pero creo que pocos han hablado de la comida con tal gracia como lo hiciera Boccaccio.
En el Decamerón, el italiano describe el paraíso como un lugar hecho de Parmigiano Reggiano en el que había personas que elaboraban macarrones y ravioles que dejaban caer de las montañas para que los demás los comieran. ¡Qué visión tan deliciosa!
Hay que darnos permiso de disfrutar, despacito, poco a poco, de la comida. De “desmenuzarla” con los sentidos. De disfrutar de la compañía y la experiencia. Hay que dejar que la comida nutra nuestro cuerpo y nuestra alma. Dejemos de lado la idea del placer culposo y como dice el dicho anglosajón: Comamos, bebamos y seamos felices.