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Opinión

Siguiendo al Papa - 05 al 11 de abril 2024

Siguiendo al Papa

El Papa Francisco: La fortaleza es una virtud fundamental porque toma en serio el desafío del mal en el mundo. La virtud de la fortaleza nos hace reaccionar y gritar “no” al mal y “no” a la indiferencia. Del 5 de al 11 de abril, 2024.
 
Audiencia general. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! La catequesis de hoy está dedicada a la tercera de las virtudes cardinales, la fortaleza. Empecemos por la descripción que hace el Catecismo de la Iglesia Católica.
 
«La fortaleza es la virtud moral que, en las dificultades, asegura la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la decisión de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones.» (n. 1808).

La primera de las virtudes cardinales, la prudencia, se asocia sobre todo a la razón del ser humano; y la justicia reside en la voluntad; en cambio, esta tercera virtud, la fortaleza, ha sido a menudo asociada por los autores escolásticos a lo que los antiguos llamaban “apetito irascible”.

El pensamiento de los antiguos no imaginó un ser humano sin pasiones: Sería una piedra. Y las pasiones en sí no son necesariamente el residuo de un pecado; pero deben ser educadas, deben ser dirigidas, deben ser purificadas con el agua del Bautismo, o, mejor, con el fuego del Espíritu Santo.

Un cristiano sin valentía, que no doblega sus propias fuerzas al bien, que no molesta a nadie, es un cristiano inútil. ¡Pensemos en esto! Jesús no es un Dios diáfano y aséptico, que no conoce las emociones humanas.

Todo lo contrario. Ante la muerte de su amigo Lázaro, rompe a llorar; y en algunas de sus expresiones resplandece su espíritu apasionado, como cuando dice: «Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!» (Lc 12,49).

Y frente al comercio en el templo reaccionó con fuerza (cfr. Mt21,12-13). Jesús tenía pasión. Los antiguos -tanto los filósofos griegos como los teólogos cristianos reconocían en la virtud de la fortaleza un doble desarrollo, uno pasivo y otro activo.

El primero se dirige hacia el interior de nosotros mismos. Hay enemigos internos a los que tenemos que vencer, que responden al nombre de ansiedad, angustia, miedo, culpa: Son todas fuerzas que se agitan en lo más íntimo de nosotros mismos y que en alguna situación nos paralizan.

La fortaleza es ante todo una victoria contra nosotros mismos. La mayoría de los miedos que surgen en nuestro interior son irreales, no se hacen realidad en absoluto. Mejor entonces invocar al Espíritu Santo y afrontarlo todo con paciente fortaleza: Un problema detrás de otro, según nuestras posibilidades, ¡pero no solos!

El Señor está con nosotros si confiamos en Él y buscamos sinceramente el bien. Entonces, en cada situación, podemos contar con la Providencia de Dios, que será nuestro escudo y nuestra armadura. Y luego está el segundo movimiento de la virtud de la fortaleza, esta vez de naturaleza más activa.

Además de las pruebas internas, hay enemigos externos, que son las pruebas de la vida, las persecuciones, las dificultades que no nos esperábamos y que nos sorprenden. En efecto, podemos intentar prever lo que nos sucederá, pero en gran medida la realidad se compone de acontecimientos imponderables, y en este mar a veces nuestra barca es sacudida por las olas.

La fortaleza entonces nos hace marineros que resisten, que no se asustan ni se desaniman. La fortaleza es una virtud fundamental porque toma en serio el desafío del mal en el mundo.

La virtud de la fortaleza nos hace reaccionar y gritar un rotundo “no” al mal y a todo lo que conduce a la indiferencia. “No” al mal y “no” a la indiferencia; “sí” al camino, al camino que nos hace progresar, y para ello debemos luchar.

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