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Opinión

Lo que me salvó antes de hacer el ridículo en un avión

Familia Viva

 
Esta es una historia personal de cuando la vida te agarra de imprevisto y te invita (más bien te forza) a poner en práctica las herramientas aprendidas en años de estudio en temas como inteligencia emocional, neuroeducación, psicología y otros que por aquí abordamos cada semana.

Mientras me sucedía esta desagradable experiencia, sabía que tenía que escribir sobre esto; aquí te cuento todo el chisme para que te rías conmigo. La semana pasada iba en un avión de Monterrey a Las Vegas con mi esposo, todo era emoción. Para quienes somos papás, poder hacer un espacio para viajar en pareja vale oro pulido. Hay que mover un sinfín de hilos, horarios, favores y demás para poder dejar a tus hijos seguros y contentos.

Pues ahí iba yo en el vuelo, tomada de la mano de mi amado esposo, el sol brillaba, el viento nos despeinaba la cara, jajaja, y de pronto el vuelo comenzó con turbulencias; si el trayecto duró 2 horas y 45 minutos, entonces las turbulencias duraron 3 horas. No te creas, pero así se sintió, la mayor parte del vuelo íbamos en continuo movimiento. Un rato me dormí y otro rato quise aprovechar el tiempo y me puse a leer en una tableta electrónica el libro de nuestro club de lectura: Club Familia Viva.

Unos minutos antes de aterrizar, dejé mi lectura y me comencé a sentir mal, estaba mareada, comencé a sentirme fría, la sangre al piso, mis manos sudaban. Sentí ganas de vomitar, busqué las famosas bolsitas que todos los aviones tienen, que las ves ahí y piensas “pobrecito el que necesite usar esas bolsitas”. Pues esa pobrecita era yo en ese momento, pero las bolsitas no estaban ahí. Yo totalmente mareada a punto de perder todo el estilo y con ganas de ir al baño, ¿por qué no? Para agregarle más emoción a la historia, una voz en altavoz indicó que estaba prohibido ir al baño y pedían estar con el cinturón abrochado por las turbulencias.

Seguía acumulando síntomas cada vez más intensos, estábamos en los últimos asientos del avión, y alcanzaba a ver a la aeromoza sentada al fondo.

Me estiré por encima de mi asiento y le dije: “Señorita, necesito ir al baño”. Ella contestó: “No está permitido”. Yo le dije: “Quiero vomitar”. Ella me dijo: “¿Le paso una bolsita de mareo?”. Yo contesté: “Sí, por favor (pensando pobrecita yo, soy la que necesita la bolsita esa)”. Cuando me la entregó, me dije a mí misma: “Mí misma, ¡ni de faul vas a vomitar Marysol! Menos aquí, menos esta bolsita pedorra, jajaja. Pero mi cuerpo seguía con todos los síntomas. 

Y es ahí donde sabes que tienes que hacer algo diferente. Me dedico a dar conferencias sobre cómo regular tus emociones, tengo un cuento infantil sobre gestión de emociones y doctorado en bla bla bla. Es ahí donde la realidad supera a la ficción y a tus horas de estudio. PUM, examen sorpresa y sólo te dejan dos opciones: hacer el ridículo en este viaje romántico que apenas comenzaba o usar todas las herramientas de las que hablas y lograr regular la situación interna de tu cuerpo. 

¿Qué hice? Elegí la segunda opción, con mucho cuidado y con mucha paciencia, fui usando cada una de las herramientas que te describo a continuación:

Con los ojos cerrados comencé a hacer respiraciones profundas, tomando el aire por la nariz y sacando por la boca. Traté de contar números, tres segundos para inhalar, tres segundos sostenía el aire y tres segundos para exhalar.

Comencé a contar la tabla del 8 y la del 9.

Al hacer este ejercicio haces que tu cerebro se concentre en los números y deja de pensar en lo que está sintiendo. Había parte de las tablas que se me olvidaban y yo decía esa no me la sé pero la que sigue sí y ahí estuve un rato recitando las tablas.

Abrazo de mariposa. Poniendo tus manos tocando tus hombros, mano derecha a hombro izquierdo y mano izquierda a hombro derecho. Comienzas a darte palmadas. Esto te regula, está comprobado.
Visualizaciones positivas. Busqué pensamientos positivos del lugar al que iba, de con quién iba, de porque me gusta viajar y por qué me gustan los aviones.

Meditación de la compasión. Comencé a hablarme en mi mente: “Marysol estás bien, estás a salvo y esto ya va a pasar”. Con mucho cariño hay que hablarse a uno mismo.

Mientras tanto, el avión comenzó a descender con mucha velocidad y estaba a punto de aterrizar. Yo me sentí muy orgullosa de mí, de que estaba a punto de lograrlo, con los ojos cerrados seguía respirando y sentí cómo el avión estaba a muy poca distancia de la pista. Escucho la voz de mi esposo que dice con voz tranquila y pausada: “No, no, no aterrizóoooo”. Abro los ojos como platos y digo: “¡¿Quéeee?!”. 

Efectivamente, el avión no aterrizó y volvió a levantar el vuelo. Resulta que el piloto dijo que por vientos fuertes no se logró hacer el aterrizaje y lo volvería a intentar. En segundos, la pista desapareció y estábamos en las nubes otra vez. Ja ja ja, parece chiste pero es una anécdota de la vida real. ¿Y ahora qué hacía con todo mi cuadro de mareo que se estaba convirtiendo en una crisis de ansiedad? Mis manos comenzaron a sudar más, me hormigueaban los brazos, me pesaba la cabeza, sentía la sangre en el piso, me sentía pálida. Todo lo que había logrado con mis ejercicios, se quedó allá en la pista. Tuve que volver a iniciar y agregar otros ejercicios de los que me iba acordando.

Mi esposo me pasó un botecito con gel antibacterial, lo usé para olerlo y hacer respiraciones profundas y ahí recordé un ejercicio de regulación en que vas repasando cada uno de tus cinco sentidos y tratas de encontrar tres cosas que puedas sentir con cada uno de ellos.

Nombrarlo para domarlo. Daniel Siegel es un psiquiatra y profesor de la universidad de UCLA y él nos explica que para poder regular una emoción hay que nombrarla. Me sentí aliviada cuando le dije a la aeromoza que me sentía mareada y quería vomitar. Aceptarlo es el primer paso. Así que iba diciéndole a mi esposo lo que iba sintiendo en mi cuerpo.

Los minutos continuaban y cada respiración que seguía haciendo la combinaba con un sonido que la letra m, para escucharme y poder conectar con el aire que iba entrando a mi cuerpo. Ese me lo inventé, jajaja, pero funcionó.

Trato de rezar por las mañanas a diario, pero en esta situación también vale la pena pedirle al cielo, a Dios, al universo o en quien creas, que te ayuden a encontrar tu centro. En la revista Psychology Today confirman que las personas con una conexión espiritual tienen mejores niveles de salud mental y bienestar, según un estudio de la empresa de consultoría Gallup llamado Fe y bienestar: la conexión mundial entre espiritualidad y bienestar.

Seguramente hice otros ejercicios que ya no recuerdo, el caso es que logré reconocer, aceptar y manejar esta situación gracias a las herramientas que una a una fui poniendo en práctica. El avión logró aterrizar y yo me sentí muy orgullosa de no haber sido la señora que vomitó en el vuelo. Después de esto reflexioné sobre la importancia de conocer sobre herramientas para sentirnos mejor. 

Estas situaciones no te avisan, sólo suceden. Espero que estos ejercicios que te compartí te ayuden a tenerlos a la mano para cualquier situación de desesperación, mareo, ataque de ansiedad, enojo o lo que creas que necesites regular. La revista Forbes en uno de sus artículos enumera las 11 habilidades blandas más esenciales en 2024 (soft skills), entre ellas está la inteligencia emocional y parte importante de esta es la autorregulación. Además, tu cuerpo, tu mente y tu espíritu te lo van a agradecer. 

Si eres papá o mamá, abuelo, abuela, poder pasar estas herramientas a los que más queremos, nos ayudan a construir un mundo con más armonía, más empático, en donde podemos vivir más tranquilos y relacionarnos mejor.

Te veo la próxima semana por aquí con alguna otra aventura de la vida que podamos reflexionar juntos. Te dejo un abrazo.

Me encantaría leer tus comentarios, escríbeme a familiaviva@marysolflores.com.

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