La dificultad de cuantificar una comida según la cuenta.
Por azares del destino, en días recientes me pasó algo bien curioso. Fuimos a comer a distintos lugares, el mismo grupo de personas, y resulta que hubo tres cuentas de casi exactamente el mismo monto. Justo arribita de los $2,000 pesos para cinco personas. Sin embargo, las experiencias fueron casi abismalmente distintas.
La primera cuenta, en un restaurante de un muy destacado grupo de la ciudad. No pedimos entradas, cada quien pidió directamente su plato. Nos tomamos unas cervezas artesanales y disfrutamos de unas ricas ensaladas, pastas y sándwiches. Sé que tanto el pan como las pastas las elaboran en casa.
Se me olvidaba, también alcanzamos a comer postres. En general, terminamos bastante satisfechos con la experiencia en su totalidad, y, para el restaurante en el que estábamos, sentimos que el valor pagado fue muy justo.
Al otro día, por temas de prisa, decidimos comer en el restaurante del hotel en el que se hospedaba la familia. Recuerdo que al abrir, una de esas cuentas que suben reseñas de restaurantes, había proclamado que éste tenía una singular oferta con un menú bastante particular, e incluso lo llegaron a comparar con la experiencia de la película de El Menú, sin todo ese tema de los asesinatos.
Tristemente, creo que ese proyecto se dio de topes con la realidad de lo que los comensales demandan, porque nosotros recibimos un menú bastante sencillo y hasta ‘estándar’ para un restaurante de hotel. De nuevo, no pedimos entradas, directo a los platillos.
Club Sándwich, un salmón, unos tacos, una hamburguesa y una orden de papas fritas. No es que estuvieran malos, pero el salmón distaba de parecerse a la descripción del menú y la hamburguesa tenía cartílagos en la carne.
Los tacos fueron el mejor platillo, pero el precio por los tres tacos que llegaron me pareció alto. Pero bueno, ya sabemos que así es en los hoteles. Sin postres y sin cervezas, la cuenta llegó al mismo monto.
En verdad, fue la menos disfrutable de las tres experiencias, y lamentablemente, la ausencia del personal de servicio tampoco ayudó, (¿quién en su sano juicio organiza turnos para que el personal coma a la una de la tarde?). Casi pagamos lo mismo por el brunch del domingo, pero en ese fuimos sólo cuatro… Así que todavía pagamos más por persona, pero nos dieron mimosas.
Finalmente, un restaurante argentino en la última comida que compartimos ese fin de semana.
Dos entradas, una pasta, una sopa y un respetable trozo de filete de res de 800 gramos. Tampoco en esta ocasión hubo bebidas alcohólicas, puro refresquito y sólo se pidió de postre un helado.
En esta comida, al menos pedimos carne, y fue una buena porción del corte que generalmente resulta ser el más caro de todos. De no haber estado sujetos al alocado ritmo de tener visitas, hasta hubiéramos podido guardar algo de lo que sobró.
La reflexión con la que me quedo, es que es sumamente difícil juzgar la experiencia de un restaurante meramente por el monto que se paga. Con estas tres experiencias tan diferentes, pero del mismo valor económico, me quedo con dos.
Lamentablemente la del hotel nos dejó con un mal sabor de boca (sólo en ese respecto, el resto de la estancia no tiene peros), mejor me voy con los argentinos y por qué no, al cafecito de moda, que probablemente haya sido el mejor de los tres.