Cómo podemos transformar los tropiezos en la vida, en crecimiento personal.
Todos hemos pasado por ahí: Equivocarnos y sentir esa mezcla de vergüenza, enojo o frustración, que nos dan ganas de dejar de intentar. Para muchos estudiantes y adultos también, aprender puede convertirse en una experiencia dolorosa cuando el error se castiga o se ignora. A esto se le llama ciclo de aprendizaje equivocado.
Un ciclo de aprendizaje equivocado ocurre cuando los errores no se usan como oportunidades para crecer, sino que se viven como fracasos. En lugar de abrir una puerta al entendimiento, el error se convierte en una señal de alarma: “no eres capaz”, “no sirves para esto”, “mejor no lo intentes”.
Este tipo de experiencias afectan la autoestima, disminuyen la motivación y pueden interrumpir por completo el proceso de aprendizaje. Este ciclo suele caracterizarse por varias situaciones que se repiten de manera silenciosa. Una de ellas es que el estudiante solo recibe correcciones, sin entender por qué su respuesta era incorrecta, lo que impide un aprendizaje profundo.
Otra es la percepción de que equivocarse es sinónimo de fracaso o de falta de inteligencia, lo que genera miedo y lleva a evitar retos para no arriesgarse a fallar. También es frecuente que la retroalimentación sea negativa o incluso inexistente, de modo que el error se convierte en una experiencia dolorosa, en lugar de una guía para mejorar.
Con el tiempo, estas experiencias deterioran la autoestima, y reducen la persistencia, haciendo que aprender deje de ser emocionante y se vuelva estresante. La buena noticia es que este ciclo puede transformarse en uno saludable. La clave está en cambiar la forma en que miramos los errores.
La neurociencia nos muestra que el cerebro se activa de manera especial cuando fallamos, como si nos ofreciera una segunda oportunidad para ajustar el camino, y aprender algo nuevo. Para que esto ocurra, es necesario construir un ambiente donde equivocarse no sea motivo de vergüenza, sino de reflexión.
Transformar el error en un aliado implica reconocerlo como parte natural del aprendizaje y no como un obstáculo. En lugar de quedarse en la corrección inmediata, es útil invitar a quien se equivocó a analizar lo que sucedió.
También es importante que la retroalimentación sea clara y constructiva. En lugar de limitarse a señalar que algo está mal, puede reconocerse aquello que estuvo bien y después guiar suavemente hacia la respuesta correcta. Este tipo de acompañamiento genera confianza y motiva a seguir intentando, lo que fomenta la persistencia.
Equivocarse es humano y, si lo usamos bien, es uno de los maestros más valiosos que tenemos. Cuando transformamos los errores en oportunidades, no sólo aprendemos más, sino que crecemos en confianza, resiliencia y motivación.
La próxima vez que te equivoques, ya sea en clase, en el trabajo o en la vida cotidiana, pregúntate: ¿qué me está queriendo enseñar este error? Tal vez esa pregunta sea el primer paso para salir del ciclo equivocado, y entrar en uno donde aprender vuelva a ser emocionante.
