Un 27 de septiembre de 1783 nació el padre de una patria en Valladolid, hoy Morelia. Treinta y ocho años más tarde, él mismo independizaría esta patria. Su madre batalló tanto en parirlo aquel 1783, que se le colocó sobre ella una capa, reliquia de fray Diego de Basalenque, ilustre agustino, y así nació debidamente un Agustín de Iturbide.
En el año 1821, el sastre José Magdaleno Ocampo entregó a Iturbide el pendón Trigarante, la bandera de nuestro México. La confección encargada al sastre resultaría en una bandera de fe, caridad y esperanza. La bandera reconciliaba a bandos que se habían estado matando por 11 años. El blanco representa la pureza de la religión católica, el verde la esperanza e independencia y el rojo la unión. Estas son las tres virtudes teologales. Idea que Iturbide pudo concebir y planear entre 1816 y 1820. Es preciso recordar que ni Allende, Morelos o Hidalgo conocieron la bandera tricolor.
El 27 de septiembre de 1821 el Ejército Trigarante entró triunfalmente a la Ciudad de México. Esta entrada significaba para algunos el retorno del Imperio mexica, 300 años después de su caída en 1521. Aquella victoria de 1821 vio el nacimiento de México como un país independiente. Este México no nació como república, sino como un imperio.
Iturbide nunca traicionó a México. Fue emperador constitucional nombrado por el Congreso. En 1823 prefirió abdicar al trono antes de sangrar al país con una nueva guerra civil. ¿Cuántos “ambiciosos” hacen algo así?
El gran historiador nuevoleonés Nemesio García Naranjo, escribió lo siguiente sobre el libertador: “¡Y sigue el melancólico desfile! Si nuestra Independencia comenzó con la traición de Allende, termina con la traición de Iturbide. Era éste un general realista, con fuerzas españolas a su mando, y se valió de ellas para romper definitivamente los lazos que unían a México con el Viejo Mundo. ¿Acaso la patria no le debe gratitud por este hecho imperecedero?”
Según la Dra. Guadalupe Jiménez Codinach el origen de la miopía y de las mentiras liberales sobre Iturbide provienen de un libro de 1822 titulado Bosquejo ligerísimo de la revolución de México, desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide, escrito por alguien que ni era novohispano, ni nunca fue mexicano, el republicano radical Vicente Rocafuerte. Rocafuerte fue practicante de la francmasonería, aliado de los enemigos de Iturbide, con ese libro buscó que EUA no reconociera al emperador.
La mayoría del pueblo de México desconoce a Iturbide por culpa de los cuentos fabricados de la SEP. Incluso existe una estrofa del himno nacional dedicada en su honor, la que ha sido prohibida. También las letras de oro que recordaban su nombre en la Cámara de Diputados fueron removidas.
A pesar de que no existan tantos monumentos, estatuas, ni calles en su honor, Iturbide ha creado un monumento en nuestros corazones. Él fue el impetuoso guerrero del Anáhuac, como escribió Amado Nervo.
De no haber sido por su lucha deslumbrante, no tendríamos patria, ni bandera tricolor, ni un país que pudiéramos llamar México.
Algún día, su nombre emergerá triunfante de la suciedad con la que han intentado mancillarlo, pues la grandeza es eterna.
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