El futuro de la medicina moderna alópata privada parece complicado, si no es que rotundamente inviable, en particular por sus elevadísimos costos, que ya no parecen compatibles con sus inevitables limitaciones.
Y más aún frente a la cada vez más interesante —y más efectiva— medicina “alternativa”, que es mucho más económica, y donde hay cada vez más vertientes serias, sustentadas “científicamente” y que dan buenos resultados, curiosamente con muchos menos “efectos secundarios”.
Cuando uno se entera de que en México ya hay pólizas de seguros médicos mayores que, en el caso de parejas de adultos mayores, pueden costar hasta 800,000 pesos anuales, es cuando el tema alcanza grados absurdos.
A eso se agrega esta percepción muy difundida de cierto abuso o maltrato en los hospitales privados —como el caso reciente, muy viral, del Auna Doctors Hospital de Monterrey, que también tratamos aquí—, junto con otra percepción negativa: que los seguros terminan no pagando ciertos gastos con demasiada frecuencia.
Y para colmo, se suma a este creciente entendimiento de que la medicina farmacológica actual nos “arregla una cosa pero descompone otra” en el organismo, además de que pareciera que la “Big Pharma” ve como un negocio sumamente jugoso a las enfermedades catastróficas, como los cánceres o los padecimientos cardiovasculares, antes los cuales, más que curas definitivas, ofrece paliativos que mantienen al paciente en permanente dependencia de la industria.
Nuestra salud no puede seguir en esas manos, ni tampoco bajo esas dinámicas extremadamente comercializadas y abusivas.
Frente a este aparentemente oscuro mundo de la medicina farmacológica, ahora se abren camino constante las prácticas “alternativas”, como la acupuntura, la homeopatía, el biomagnetismo y otras más, que —aunque no resuelven todo— parecen brindar cada vez más soluciones de más bajo costo y que son “holísticas”, o sea, que parecen arreglar el “todo” a la vez, y no sólo una parte; de manera que el organismo entra en “armonía” o equilibrio.
Y sí, muchos médicos formales acusan a la medicina alternativa de riesgosa, imprecisa y hasta charlatana; y más aún, advierten contra ese inmenso mundo de “brujos y curanderos” que siguen siendo utilizados en México desde tiempos antiguos, pero que por algún motivo no desaparecen. Probablemente, no sea únicamente por nuestro afán a la superstición y el deseo de gastar menos.
Porque, aun y si su efectividad se debiera a un mero “efecto psicológico de placebo”, pues hasta esa capacidad habría que estudiarla mejor en la medicina moderna, para ser capaces de entender sus mecanismos y apoyarse en ellos de forma justa y conveniente para la salud.
Quiero aquí contar una historia que me platicaron justo hoy: un taxista me platicó cómo curó a sus dos hijos, en distintos momentos, con una “señora” —así la llaman a falta de otro término— que bien podría ser calificada como “curandera”, pues practica conocimientos médicos aparentemente provenientes de la cultura prehispánica mexicana.
Este hombre tuvo problemas con su primer bebé, hace unos 15 años, porque no reaccionaba bien a la leche, ni materna ni de otro tipo, devolviéndola o enfermándose de temperatura con mucha frecuencia cuando la tomaba. Fue con varios pediatras que le dieron medicinas, pero ninguna funcionaba, y el deterioro del bebé parecía crecer, lo que, ante la desesperación, llevó a este taxista a buscar a esta “señora” que le recomendaron y que daba consulta —sumamente barata — en la Ciudad de México.
La mujer vio al bebé y le dijo que “estaba empachado”, le dio hierbas y unos masajes, y al poco tiempo el bebé se curó por completo, lo que nunca pudieron hacer los pediatras que consultó.
Con esa anécdota positiva alojada en su memoria, muchos años después, nuestro taxista y una nueva pareja buscaron embarazarse sin éxito. Probaron un gran número de ginecólogos, pero no hubo resultados.
Cansado del fracaso, el hombre buscó a aquella “señora” y encontró que ya había fallecido, pero su hija había aprendido sus prácticas y continuaba el “legado”.
La joven revisó a la mujer que buscaba embarazarse y le dijo que su matriz estaba débil o “caída”. La tuvo en un tratamiento de hierbas y masajes, y por supuesto ciertos ritos que parecerían charlatanería ante los ojos científicos. Hubo que ir, por lo menos, a cinco citas, cuyo costo por consulta era de solo 100 pesos.
El taxista cuenta que un día regresó del trabajo y su mujer había invitado a sus papás y suegros a la casa. Cuando entró a una recámara, encontró una fotografía de un ultrasonido y un letrero que decía: “Papá, tu hija ya viene en camino”, lo que llevó al hombre a las lágrimas. El tratamiento había funcionado.
Cuento esta historia tal y como me la cuentan. Y advierto: no estoy recomendando e impulsando el uso de “curanderos”. No puedo saber si realmente tienen conocimientos profundos que nosotros desconozcamos, o si simplemente su poder de sugestión es mayor al de los médicos comunes.
Pero, aún si así fuera, como dije antes, hay algo interesante y digno de estudiar allí.
Creo que la anécdota tiene elementos que necesitamos atender.
Seríamos ciegos y sumamente soberbios si creyéramos que otras culturas antiguas no hubiesen podido desarrollar sistemas médicos que, bajo otro enfoque y conocimiento, también puedan ser efectivos. Habrá que estudiarlos.
Lo que sí: hoy más que nunca necesitamos hallar nuevas alternativas a la salud. Porque la medicina alópata comercial está llegando a un punto de tan extremo mercantilismo que, en vez de ayudarnos, pareciera ser un mal del que necesitamos liberarnos. Así de fuerte.
