Don Francisco, relojero que se convirtió en 'aliado del tiempo'
Durante sus 25 años de trayectoria, señala que su mayor satisfacción en la vida es haber formado una familia de cinco hijos, con nietos y bisnietos
- 07
-
Noviembre
2025
Entre engranes diminutos, aceites de precisión y un pulso que no traiciona, Francisco García Rodríguez ha dedicado 47 años de su vida al oficio de relojero.

A sus 65 años, trabaja con la misma paciencia con la que aprendió a ajustar el tic-tac del tiempo en barrio mágico del Ojo de Agua de la ciudad de Saltillo.
“Mi mamá me llevó a aprender algo que me enseñara un oficio”, recuerda con una sonrisa. “La escuela no me gustaba, pero cuando empecé a ver cómo funcionaban las piezas, me atrapó para siempre.”
Nacido en Saltillo, comenzó su carrera a los 14 años bajo la enseñanza de Antonio del Bosque, un relojero del mismo barrio donde se dio la fundación de Saltillo. Poco después ingresó a la “Joyería Vázquez”, donde perfeccionó su técnica durante 25 años antes de emigrar a Estados Unidos.
“Ahí fue donde aprendí los secretos del oficio: las fallas, las piezas finas, los mecanismos de cuerda y campana”, cuenta.
“Don Vazquez me enseñó a no conformarme con que un reloj caminara, sino a que marcara el tiempo exacto.”

Tras el cierre del negocio, Francisco viajó a Nueva York, donde consiguió trabajo en la planta de Rolex, una de las más prestigiosas del mundo. Durante 14 años reparó relojes valuados en más de 350 mil pesos.
“Éramos 57 relojeros. Me hicieron una prueba, luego seis meses de entrenamiento, y me quedé catorce años. Fue una experiencia única: trabajar con los relojes más exactos y más finos del mundo.”
Su habilidad y disciplina le valieron el respeto de sus compañeros y la satisfacción de dominar un arte que pocos conservan.
“Ahí comprendí que cada reloj tiene su carácter. Hay que saber escucharlo”, dice.
En 2015 regresó a Saltillo, donde abril su taller, primero en la calle Victoria y luego en Xicoténcatl, entre Pérez Treviño y Lerdo. Desde entonces, su pequeño local se ha convertido en un refugio para relojes antiguos, de pulso o pared, que llegan buscando una segunda vida. Hoy, asegura, son pocos los que quedan en el oficio.
“Éramos muchos, ahora no pasan de siete. El celular nos quitó trabajo, pero el reloj sigue siendo el accesorio del caballero. Siempre habrá quien lo quiera llevar bien.”
Cada día, Francisco repara entre dos y tres relojes.
“Las fallas más comunes son la falta de lubricación o desgaste en los ejes. La gente no sabe que un reloj, como un carro, necesita mantenimiento cada ocho o diez años.”

Dentro de las anécdotas de Don Francisco se encuentra el haber dado mantenimiento al reloj monumental de la Catedral de Santiago, junto con su antiguo compañero, Ventura Vázquez.
“Fue un trabajo enorme, pero me dio gusto. Arreglar relojes grandes o pequeños es lo mismo: lo importante es que vuelvan a dar la hora exacta.”
Tras 47 años de trabajo, Don Francisco señala que su mayor satisfacción en la vida es haber formado una familia de cinco hijos, con nietos y bisnietos, tras haberse convertido en un “aliado del tiempo”.
“El tiempo no se detiene —dice—, pero mientras yo pueda arreglarlo, siento que sigo ganándole la batalla.”
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